Tener mentalidad religiosa es
afirmar que lo que perciben nuestros sentidos no es Dios pero necesitan a Dios
como fundamento.
Captamos, por los sentidos,
lo sensible, pero intuimos, intelectualmente, como imprescindible a Dios para
poder explicar esa realidad.
Dios, invisible, ajeno a las
coordenadas sensoriales, se manifiesta en el mundo como su fundamento.
Dios escapa a nuestra
experiencia pero no a nuestra intuición intelectual que explica y justifica lo
que experimentamos.
Es como el materialista, que
se considera “espiritista” e intenta fotografiar o recoger los sonidos de lo
imperceptible a los sentidos pero que se afirma por sus efectos.
El segundo atributo es ser
“INTELIGENTE”, es decir, intencional, con voluntad y propósito, no una mera
concatenación de causas y efectos.
Ese Dios es un “Alguien”, un
sujeto, y no, meramente, un “Algo”, un objeto.
Si los hombres pueden
mantener una relación con Dios, o con los dioses, es porque son “sujetos”, como
lo son los hombres. Y se puede dialogar con ellos, pedirles cosas, obedecerlos,
desafiarlos,…
Si, como suele afirmarse,
“nos hizo a su imagen y semejanza” entonces ellos son semejantes a nosotros (o
nosotros semejantes a ellos) y como nosotros somos “sujetos” ellos también lo
son/deben serlo.
Tener mentalidad religiosa es
creer/afirmar no sólo que Dios/los dioses son el fundamento invisible de lo
real, sino que ese fundamento es “personal”, como nosotros, no algo inerte o
dinámicamente ciego, actúa con conocimiento de causa, voluntariamente,
libremente, intencionalmente,… como lo hacemos nosotros.
La “comprensión religiosa” de
la realidad siempre ha sido anterior a su “comprensión científica”, porque para
aquella basta y sobra la “creencia” mientras que para ésta en necesaria la
“experiencia y, sobre todo, la razón”
Por eso los niños creen que
las nubes, descargando agua, precisamente el día de la excursión, lo han hecho
de manera intencionada, adrede y es el castigo por haberse portado mal.
Han humanizado, o divinizado,
a las nubes, como peden hacerlo con cualquier objeto que lo lastimen o lo
agredan (si se han cortado con el cuchillo ha sido porque el cuchillo lo ha hecho adrede por haber desobedecido a
sus padres, como meter los dedos en el enchufe de la luz)
Una persona mayor nunca
afirmaría lo anterior.
Pero en los principios de la humanidad los
hombres pensaban infantilmente, con mentalidad pueril, pero era necesario
detectar los peligros para estar prevenidos (huir de ese objeto que puede ser
un depredador camuflado o de esa nube que puede desencadenar una tormenta, con
truenos, rayos y agua,…aunque luego ni fuera un depredador ni la nube fuera
peligrosa.
Pero, para subsistir, mucho
mejor es la
Super-detección que la Infra-detección .
No era, en aquellos tiempos,
una estrategia estúpidamente supersticiosa, sino una prudente precaución,
atribuir intencionalidad/voluntariedad al rayo, al trueno, a la nube, a la
enfermedad,…al universo entero.
Equivocarse, el coste de un
error, tras tanta precaución y ver peligros donde no los había, era
infinitamente menor y mejor que lo contrario.
Preferible ser posible depredador
de una presa que presa segura de un depredador.
Los que fuimos aficionados a
la caza de la liebre con galgo sabemos mucho (sobre todo los cazadores viejos)
del camuflaje de las liebres en el surco de la besana armuñesa y la novatada
del principiante que casi pisa a la liebre y sólo la ve cuando arranca la
carrera mientras los cazadores veteranos ya tienen preparados a los galgos para
iniciar la carrera.
Si ese Dios “Invisible” es,
además, “Inteligente”, como nosotros, aunque elevado al infinito, quiere decir
que obra intencionalmente, por motivos, como nosotros, y no animal ni
mecánicamente, juzgará según valores (como nosotros lo hacemos)
Si Dios es antropomorfo lo
comprendemos mejor a Él y a todo el universo, a todo lo creado, obra suya.
Con ese Dios antropomórficamente
inteligente, es decir, con ese Dios “personal” podemos establecer tratos,
pactos (“concédeme X y yo te ofrezco Y”), agradecerle favores (aunque sólo sean
casualidades), rendirle homenajes.
Ese Dios, no es que esté
“entre los pucheros”, está en la sociedad, sancionando las pautas sociales,
recompensando o castigando, en esta vida o en la otra.
La sociedad es nuestro
hábitat, no la naturaleza, que es inhóspita y amenazadora, porque no es
sociable, porque está sometida a leyes universales y necesarias, no como las
leyes sociales, que pueden ser cumplidas o no, por la libertad del hombre, de
ahí su mérito o su demérito, algo ajeno a la naturaleza.
La naturaleza no es mala
cuando provoca un terremoto como cuando el jefe de la sociedad entabla una
guerra, aquella no es libre, éste sí, de ahí la responsabilidad de éste, pero
no de aquella.
¿Cómo vas a castigar a la
riada si ella no es libre para actuar así?
Sólo la sociedad (no la
naturaleza) es la casa de los humanos, es el “claustro social” que nos acoge desde
el mismo momento de nacer, tras haber abandonado el “claustro materno” que nos
ha acogido desde el mismo momento de la concepción hasta el momento de nacer.
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