martes, 19 de diciembre de 2017

8.- LA MUJER EN EL FRANQUISMO: "...Y CON LA PATA QUEBRADA (1)

Y CON LA PATA QUEBRADA.

“La mujer “casada”, en casa y con la pata quebrada” no siendo que quiera e intente salir de ella.

Es decir, la mujer no debe trabajar (se supone que fuera de casa) como si el trabajo en casa no fuera trabajo, aunque, para este trabajo, “sus labores”, se dijera que no era necesario que estudiara.

Ésta ha sido la ideología predominante, o exclusiva, durante la época franquista.

El ideal femenino no era la mujer-inteligente sino la mujer-madre (para los hijos), la mujer-esposa (para el marido) y la mujer-criada (y sin sueldo).
La mujer como un ser no “absoluto” (suelto, independiente, autónomo,…) sino como un ser “relativo” (en relación a, dependiente de, heterónoma, atada-sujeta).

El puritanismo de la época impondría su ideología de las nefastas consecuencias de la coeducación de los sexos.

Escuelas de niños (con sus maestros) y escuelas de niñas (con sus maestras).
Institutos masculinos (como el Fray Luis de León) e Institutos femeninos (como el Lucía Medrano) de mi querida y añorada Salamanca.

Las niñas-jóvenes-mujeres deberían estudiar, además de algunas comunes, otras materias distintas de las de los niños-jóvenes-varones.

La coeducación conduciría a desórdenes sexuales, despertando los instintos sexuales, con sus consecuentes frutos patológicos de orden moral, psíquico y fisiológico.

Y todo esto, que se impondría ya en el 37, seguiría vigente hasta el 70.

Y es que, si sus funciones sociales van a ser distintas, a lo largo de la vida, distintos deben ser sus estudios.
Temas y contenidos más femeninos, (orientados al hogar) versus temas y contenidos más técnicos y científicos (orientados a la productividad).

Hasta los deportes deberían ser distintos (la comba, el castro y la gimnasia rítmica versus el fútbol y el baloncesto, por ejemplo)

(Permitidme que recuerde a las niñas jugando al castro y nosotros obsesionados por mirar por si, al saltar, se les subía la falda.

El castro era uno de los juegos más practicados por las niñas en todos los lugares.
Para jugar se dibujaba en el suelo una especie de cuadrículas, en forma de cruz, con varios compartimentos rectangulares, por los que había que ir pasando siguiendo un orden. Para ello era necesario un simple trozo de teja plano, una piedra aplanada o incluso una caja metálica rellena de tierra o piedras, que se arrojaba y golpeaba con el pie.
La mayor parte del juego se realizaba a la pata coja, golpeando la teja con el pie de apoyo.
Se perdía cuando se pisaba raya o la teja quedaba fuera de la raya, incluso sobre la raya (y no veas las discusiones si está o si no está sobre la raya).

Una de las variantes del castro era el "piso", que consistía en, una vez hecho el recorrido con la teja, se miraba hacia el cielo con los ojos cerrados y se avanzaba por los cuadros preguntando en cada uno "¿piso?", a lo que las demás respondían "¡no!"; un nuevo paso y la misma pregunta, hasta completar el castro, lo cual suponía haber ganado.
Si por el contrario la respuesta era “sí”, se perdía y pasaba el turno a la siguiente niña)

Un barniz cultural para las mujeres ya que no tenían que esforzarse en ser buenas ciudadanas, sino esposas ejemplares, madres entregadas, mujeres hacendosas y devotas religiosas.

Si ambos, varones y mujeres, debían recibir una cultura general, en los primeros estadios, la formación posterior no podía ser igual para quienes van a permanecer en la casa que para quienes tienen que salir de ella para ir a trabajar a la fábrica y ganar el sueldo que les permita vivir y que necesitan una formación profesional y/o científica.

La mujer sólo será un “complemento” del “predicado verbal” que siempre será el varón.

El varón llegará cansado a casa y allí debe estar su esposa proporcionándole comodidades y atenciones.


Sólo las mujeres “hombrunas”, que vayan a quedarse solteras, podrán recibir una educación tipo-masculina, para dedicarse a producir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario