martes, 8 de noviembre de 2016

MI VISIÓN/VERSIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (15)


Gerald Brenan la denominó “la primera batalla de la guerra civil”, cuyas fuerzas de choque fueron los mineros, pero con dinamita de las minas y las armas de la Fábrica de cañones de Trubia.
Asaltaron el cuartel de la Guardia Civil, fusilaron a civiles, invadieron Oviedo, destruyeron la Cámara Santa y la Universidad.
Gil Robles tuvo que enviar unidades del ejército de Marruecos (regulares y legionarios), lo que hizo más cruel la lucha.

Dos semanas duró,

¿Cuántos muertos hubo? No se sabe cuántos, pero fueron centenares de muertos y miles los heridos, y miles de detenidos, entre ellos Largo Caballero.

Prieto consiguió huir.

En Cataluña ocurría otro episodio revolucionario.
Luis Companys, que había sucedido a Maciá, como Presidente de la Generalitat, proclamó “El Estado catalán dentro de la República Federal Española”.

Las masas obreras no se implicaron y fueron suficientes unos disparos de cañón para que se provocara la rendición de los sublevados.

El catalanismo puro tenía muchos votantes, pero pocos militantes.

Don Niceto transmitió al gobierno la queja de un súbdito alemán, a quien personales próximos a Lerroux estaban extorsionándolo (estamos refiriéndonos al estraperlo, de lo que, en otro lugar, ya he escrito)
Esto supuso el fin de los radicales.

Don Niceto, en plan cacique, le dio el gobierno a Manuel Portela Valladares, a quien pensaba manejar a su antojo.

Hubo elecciones, era el año 36, y los resultados eran parecidos a los anteriores pero, esta vez, los anarco-sindicalistas no se abstuvieron  y su millón de votos desniveló la balanza.

En Cataluña volvió a ganar la Esquerra, en Andalucía el Frente Popular y también en Madrid, aunque por un margen menor.
El partido Radical se escindió y Martínez Barrio formó su propio partido, separándose de Lerroux por su alianza con Gil Robles.
El partido Socialista, si no roto, había en él dos facciones muy distintas: al del moderado y pragmático Prieto y la del radical y procomunista Largo Caballero. Tan distintos que, incluso, llegaban a la agresión personal.

Se formaron alianzas.
Por una parte el Frente Popular, que era una coalición muy amplia aunque, como base, era el partido Socialista.
Las derechas, muy divididas, formaban alianzas ocasionales.

Los resultados fueron muy ajustados: 4.645.116 votos para la izquierda y 4.593.524 para la derecha.
El centro apenas llegó a los 500.000.
Apenas 160.000 votos de diferencia, pero como la ley electoral primaba muy favorablemente a los vencedores los escaños fueron muy favorables para la izquierda.

Un país, pues, dividido en Dos mitades.

En ambos bandos había sectores muy violentos.
Era la hora de la las venganzas, de las revanchas.
Y cuando un gobierno como el de Casares Quiroga se declara “beligerante” contra sus adversarios puede temerse lo peor.

El “semestre rojo” que siguió al “bienio negro” fue algo esperpéntico.
Portela Valladares huyó, como otros muchos que se temían lo peor y hasta destituyeron a Alcalá Zamora que se había ganado la virtud (¿) de ser odiado por todos.
Su renuncia o destitución era la consecuencia de su manera caciquil de conducirse, pero que lo destituyeran las izquierdas por haber convocado la disolución de las Cortes y nuevas elecciones que, precisamente, ganaron ellos….

Azaña fue el sustituto de Alcalá Zamora y, de la política activa de su período anterior, pasó a la tranquilidad del Palacio de Oriente.
Le encargó formar gobierno a Casares Quiroga, miembro de un partido regionalista gallego (ORGA) y ni dominó la situación ni se enteró de la conspiración militar que desembocaría en la guerra civil.

Aparece la Falange, con un José Antonio Primo de Rivera culto y enérgico y con vocación de entrega a la política, pero que obtuvo unos pobres resultados.
Y también aparece Franco, con buenas relaciones con Gil Robles, que, en gestiones con Portela le insinúa que, olvidándose del resultado de las elecciones, declare el estado de guerra.

Se disparó la conflictividad de todo tipo: rural y urbana, económica e ideológica, con un anticlericalismo siempre presente.
Había huelgas y lo contrario: el trabajo ejecutado sin permiso del dueño y del que se pasaba factura para cobrarlo.

El sector más conflictivo era el agrario, sobre todo en el Sur y el Sudeste y el gobierno intentaba que no hubiera otra Casas Viejas, acelerando los asentamientos de jornales, reduciendo al mismo tiempo los trámites.

Las juventudes socialistas se entrenaban militarmente, preparándose.
José Antonio Primo de Rivera contrataba pistoleros.
Los carlistas dominaban Navarra y Álava, más que en Guipuzcoa y en Vizcaya, donde predominaba el nacionalismo.
Emilio Mola, gobernador militar, desde Pamplona urdía una trama militar.
Los carlistas, confiados en que se restableciera la monarquía con ayuda de Mussolini, que así gobernaba en Italia.

Pero la conspiración no sólo era de derechas, allí había de todo: monárquicos y republicanos, católicos y masones, generales como Aranda, Cabanellas y Queipo de Llano.

Unos conspiraban por motivos personales, otros porque veían y temían la destrucción del ejército como unidad corporativa, otros por motivos patrióticos, que veían a España despeñándose al deslizarse hacia la anarquía.

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