martes, 14 de julio de 2015

MARÍA MAGDALENA (9) LA COMPAÑERA DE JESÚS.



Como todos los judíos de su tiempo (y no hay que defender una rareza) Jesús de Nazaret pudo estar casado y no ser un bicho raro, donde estaban tan mal vistos los solteros, como si no aspiraran a ser los progenitores, cercanos o lejanos, del Mesías que ha de venir a liberar a su pueblo.

Y si eso, defendido por algunos teólogos y biblistas, tanto católicos como protestantes, hubiera sido así, ¿quién podría haber sido su esposa? ¿Y por qué los evangelios nunca hablan de ella?

La verdad es que los evangelios  no dan la menor importancia a las mujeres, ni las de los apóstoles ni las de los personajes destacados del Nuevo Testamento.

Era tan normal para un judío estar casado y era tan irrelevante el papel de la mujer en la vida social, que a ningún evangelista se le ocurría comentar un asunto tan normal y tan común.

Jesús, que nunca rechazó el trato ni le negó la palabra y/o la acción a mujer alguna, fuere de la condición social y moral que fuere, que parece se encontraba a gusto entre ellas, no cabe duda de que en su vida aparece una mujer con una fuerza especial: María Magdalena.

Cualquier historiador laico que leyera sin prejuicios eclesiásticos los evangelios deduciría que, si Jesús estuvo casado, tenía que haber sido con la Magdalena.
Pero no de la “Magdalena prostituta”, que nunca existió, sino de la “Magdalena gnóstica”, la que le siguió, fielmente, hasta el mismísimo final.
La que no tuvo miedo de ser acusada de ser cómplice del detenido, acusado, condenado y crucificado.
No cualquiera se arriesga a ser detenido como cómplice al reclamar un cadáver de un condenado.

La Magdalena guarda el preceptivo descanso del sábado (fácilmente uno puede imaginarse en qué estado pasaría ese sábado), pero “al alba del domingo, aún en la oscuridad, y con una antorcha…y con frascos de perfume para ungir el cuerpo del muerto...”, sabiendo que podía ser descubierta y acusada y seguir la misma suerte que el cadáver que quería recuperar.

Si hubiera creído en lo que había dicho, que resucitaría, habría estado esperando su aparición. Pero no. Creía que estaba muerto e iba a cumplir con los rituales mortuorios.
Sus discípulos no. Huidos y/o escondidos, no siendo que algún conocido los delatara y fueran también…

La actitud de la Magdalena es la de una enamorada, una esposa (es que ni siquiera su Madre estaba allí cuando se le aparece). Nadie como una esposa sería capaz de arriesgarse tanto.

Es el pormenorizado relato del evangelista Juan.

Hasta el mismo José de Arimatea, un hombre rico de Jerusalén, que le prestó la tumba, que ya había pagado, para sí mismo, se aseguró, previamente, de que eso no iba a acarrearle complicaciones y pidió permiso a Pilatos para depositar allí el cadáver de un crucificado.

La Magdalena encuentra el sepulcro vacío y se lo comunica a Pedro y, después, se queda allí llorando porque ni siquiera puede cumplir con el rito de la unción. Dos ángeles le preguntan por qué llora….”porque se han llevado a mi amado y no sé dónde lo han puesto”.
Es lo que haría cualquier esposa (o quizá no cualquier esposa, sino sólo una muy enamorada).

Tan desesperada y angustiada estaba que confunde a Jesús con un jardinero u hortelano….

O la Magdalena era una irresponsable enamoradiza o verdaderamente tenía derecho a llevarse el cadáver.

La llama por su nombre….ella lo llama con el nombre cariñoso de “Rabunní”, en hebreo…. Y… “noli me tangere” (no me atosigues, suéltame, deja ya de tocarme o de besarme,…) y le encomienda que acuda al lugar donde se ocultan sus discípulos y les diga que está vivo.
Y ella sabe que aquellos varones no la creerán, porque es mujer, pero corre para cumplir el deseo o la orden o el consejo del Maestro.
Y, como era de esperar, no la creen, pero ella insiste e insiste y acaba convenciéndoles.

Quizá no les hablara como “mujer”, sino como “la mujer” a la que el Maestro había amado más que a nadie. Y los apóstoles lo sabían.

Leyendo este texto ingenuamente, sin prejuicio previo, sin tener en cuenta las consecuencias históricas del mismo, cualquiera juraría que se trata de la esposa del difunto, de una mujer que profesaba un verdadero amor al crucificado.

Claro que bien pudiera ser que ella estuviera enamorada locamente de él y él, sin embargo, no; que fuera una pasión no correspondida, pero leyéndolo con ojos no religiosos es difícil no aceptar un amor humano en entre ellos, y no sólo un amor místico y/o espiritual.

Ya hemos dicho que desde los evangelios canónicos no puede deducirse, con certeza, que esa mujer fuese la compañera de Jesús,  o su esposa, o su amante, si se prefiere, pero de los evangelios gnósticos, sí.

De las varias Marías del evangelio sólo de dos se mantuvo la tradición religiosa oral.
Pero en los canónicos, que se ocupan del origen de María la Madre, nada se dice qué fue de ellas después de la muerte de su hijo, pero de la Magdalena sí que la tradición mostró interés en saber su paradero, si en Éfeso, si en Francia,… pero hay que buscarlo en los apócrifos y gnósticos.

La tradición más antigua coloca a la Magdalena cuidando de María, la madre de Jesús y viviendo con ella.

La Magdalena fue una mujer especial, tanto para Jesús como para las primeras comunidades cristianas.
Las leyendas sobre todo esto ya sabemos que no son documentos históricos, pero sí que no son puros relatos imaginativos y tienen un transfondo histórico.

Las leyendas, por otra parte, muestran/demuestran el interés de una comunidad por un determinado personaje. Esas leyendas fueron creadas no para inventar al personaje, sino a partir de este personaje, sobre su peripecia tras la crucifixión,…incluso sobre su descendencia y su persecución por haber sido la mujer de Jesús.

No es leyenda para crear a un personaje, sino para revestirlo.

La tradición más antigua la ubica, los últimos años de su vida, en Éfeso, la actual Turquía y, además, junto a María, la madre de Jesús.

¿Por qué la tradición oral más cercana a los tiempos de Jesús coloca a las dos Marías, conviviendo, en Éfeso (porque en ningún lugar se dice que fueran parientes o amigas)?
Si no hubiera habido entre ellas relación de ningún tipo esa amistad apenas se comprendería y se entendería mejor ese vínculo si la Magdalena hubiera sido la esposa de Jesús y por tanto entre ellas estaría el vínculo de suegra/nuera, estando ésta, más joven, al cuidado de aquella, de mayor edad.

El cuarto evangelio, el de Juan, puede que sufriera alguna alteración.
Cuando Juan coloca a los pies de la cruz a María, su madre, y al famoso “discípulo amado”, el texto oficial dice: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás (luego no era hija única de Joaquín y de Ana) y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre, y junto a ella al “discípulo a quien amaba” (¿no estaban sólo las tres?), dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre” y, desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa” (Juan 19, 25-27)

¿Y si la alteración era “discípula amada” en vez “discípulo amado” y desde ese momento la Magdalena la acogió en su casa, como suegra, como madre de su esposo muerto, Jesús?

Antes de la leyenda de la huida de la Magdalena a Francia, ella aparece con la madre de Jesús en Éfeso.

Aunque, como también hemos señalado, en otro lugar, la María que huye a la Provenza francesa fue la hermana de Lázaro, junto a su hermana Marta y a su hermano Lázaro.

Según otra leyenda, con José de Arimatea, el amigo rico de Jesús.

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