jueves, 9 de julio de 2015

MARÍA MAGDALENA (6): EL PECADO DEL SEXO.



Recuerdo, como si fuera ayer, cuando al inicio de una clase le leí a los alumnos la noticia de prensa: “La Iglesia pide perdón por lo sucedido a Galileo” (hacía casi 400 años).
Espero no morir antes de que la Iglesia, públicamente, pida perdón por haber falsificado la figura de la Magdalena y por haberla utilizado como símbolo del pecado sexual y del perdón a través del arrepentimiento.

La “otra Magdalena”, la real, la auténtica es, sobre todo a partir de la Edad Media, cuando la Iglesia se agarra al poder o se acuesta con él, para compartirlo, desaparece para dar paso a la “falsificada”, como una mujer ardiente, devorada por los placeres del sexo a la que Jesús le perdona los pecados. Y ella, penitente, con su larga cabellera, llorando, expiando sus pecados y pidiendo perdón por ellos, mortificando su cuerpo, allá, en el desierto, en una cueva, para que sirviera de ejemplo a todas las mujeres.

Fue sobre todo a partir del siglo XII cuando se comete la tropelía eclesiástica de confundir a la prostituta que lava con perfume los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos con María Magdalena.

A partir de entonces la Magdalena va a ser la protectora de los prostíbulos, de las mujeres pecadoras, de los/las vendedores/as de perfumes….y también de los conventos de monjas y de las cárceles donde los condenados a muerte esperaban la ejecución de las sentencias.

De doscientos años después de la muerte de Jesús se conservan los restos de unos frescos, una de las primeras pinturas cristianas, en Siria, en una de aquellas primeras casas de cristianos convertida en capilla ritual.
Se recoge la escena en que la Magdalena y otras dos mujeres, al amanecer, van a la tumba de Jesús,…
Juan diría que iba sola, “al alba”. En la escena representada aparecen tres mujeres y ella es la que lleva una antorcha encendida en la mano.
Hasta el mismo San Agustín, nada menos, en el siglo V, la presenta como “testigo ocular” de la resurrección de Cristo.

También en las catacumbas de Priscila, en Roma, y a finales del siglo II, se encuentran las pinturas más antiguas del cristianismo.
Pero en ellas aparece María, la madre de Jesús, con el niño en brazos (como “madre” y no como “virgen”) y Jesús celebrando la Última Cena con los apóstoles (y no clavado en la cruz).
Esa sería la imagen que los primeros cristianos tenían de María, la madre de Jesús y de Jesús mismo.
Esa imagen es de la misma época que la de la Magdalena, de la casa de Siria, en la que aparece como la primera mujer a la que se aparece Jesús y no aparece como una “prostituta” arrepentida….
Y así hasta, al menos, el siglo IV, cuando los primeros Padres de la Iglesia la consideraban “el apóstol de los apóstoles”.

Entonces ¿por qué acabó desfigurándose esta primera imagen de la Magdalena hasta hacerse irreconocible su verdadera identidad?

Todo comenzó cuando la Iglesia comenzó a exaltar la castidad y la virginidad por encima de todas las virtudes y a elevar como el gran pecado contra Dios los placeres del sexo que no estuvieran directamente encaminados a la pura y mera procreación.
El sexo desplaza a la soberbia, el primer pecado capital, como el pecado más grave.
La exaltación de la virginidad, que florece con la difusión de la vida monástica, hizo aún más virulenta la persecución de todo aquello que tuviera relación con la sexualidad y con los pecados carnales.

Y en esta reprobación, social y religiosa, de los “pecados del sexo” la figura de María Magdalena, símbolo sensual y sexual, imagen de la “prostituta redimida”, perdonada por Jesús, venía como anillo al dedo.

Como los “pecados del sexo” podían ser perdonados por la Iglesia, se empezó a exigir a los católicos la confesión personal (“confesión de boca”) ante un sacerdote, al menos una vez al año, sustituyendo a la confesión pública, común hasta entonces.
(Uno se imagina la confesión pública de un pecado de sexo cometido con el marido o la mujer de un compañero/a de silla y…)
Pero podía ser perdonado el pecado de sexo por una confesión personal y privada, avalada por el secreto de confesión de un cura que, voluntaria y libremente, había jurado ser célibe.

Repasen Uds. los misales al uso y verán como la mayoría de las santas eran “vírgenes”, no pecadoras de sexo, inmaculadas sexuales, sin contacto con varón alguno, así como los santos son, la gran mayoría, papas u obispos, también célibes oficiales, sin contacto sexual con mujer alguna, a la que voluntaria y libremente, ha renunciado.

El cura, en la confesión, perdonaba el pecado, y la oración a la intercesora, María Magdalena, ayudaría a vencer la tentación y no volver a recaer en el pecado.

María Magdalena, ejemplo a imitar para todos los débiles en materia sexual.

Incluso la Magdalena tenía más mérito que María, la madre de Jesús, porque ésta no había pecado nunca, había sido concebida sin pecado original, jamás había tenido relación sexual con varón alguno, porque el fruto de su vientre….luego, al no haber pecado sexualmente, no podía ser modelo de arrepentimiento.
En este sentido, y en este pecado, la Magdalena sería el ejemplo a imitar, y no la Virgen, a quien ya hubiera pecado y perdido su virginidad desde la primera relación sexual.

Ya tenían los pecadores de sexo un/a modelo con quien identificarse, alguien que también hubiera pecado como ella, y se hubiera arrepentido, la Magdalena.

Así comenzó la veneración por la Magdalena. La que pecó y se arrepintió.

En el siglo XII, en el Decretum Gratiani”, (“Decreto de Graciano” intentos de concordar todos los decretos de todo tipo de Concilios hasta entonces) se consideraba pecado de lujuria a todo acto sexual no encaminado a la procreación.
El matrimonio era una elección inferior al celibato, como la virginidad era una opción superior a la maternidad.
Por lo que, si todo acto sexual tenía que ir encaminado, directamente, a la procreación, se establecieron normas muy concretas sobre cómo debía realizarse el acto conyugal (por supuesto, entre casados): el marido encima y la mujer debajo, pero cara a cara, “no como las bestias”.
Por supuesto no podía hacerse en domingo.
Era preferible y superior estar casado/a con Cristo que con una mujer/un varón.

Puesto que la mujer era la causa de los pecados de la carne, la tentadora, la eterna Eva, la que introdujo el pecado original en el mundo, es por lo que muy pronto se la comenzó a separar de las funciones de poder de la Iglesia.
La mujer no podría celebrar la eucaristía, ni siquiera acercarse al altar.
Por lo que desde San Agustín, y sobre todo Santo Tomás, se empezó a intentar demostrar que la mujer no podía ser sacerdotisa ni apóstol.
Incluso Santo Tomás, influenciado por Aristóteles, llegaría a afirmar que la mujer adolecía de “una substancial incapacidad de razonar” y “sus graves defectos corporales”.
La mujer, intelectual y moralmente, siguiendo a Aristóteles, entraba en la categoría de los niños y de los dementes, por lo que se le rechazaba poder ser testigo y su testimonio nada valía (como en la antigua sociedad judía y no sé si hoy en la sociedad islámica)
Era inferior al varón física, intelectual y moralmente, porque había sido formada de una castilla de éste, además de que la mujer, en el acto de la procreación, tenía un papel subordinado.
Lo importante es la semilla-semen, no la tierra que la acoge.
El hijo es 100% del varón.
El nacimiento perfecto es cuando la criatura es niño, si sale niña la responsable y culpable es la mujer.

Cuando, hoy, la Iglesia recurre a la tradición para negarse a la ordenación sacerdotal de las mujeres, al recurrir a Santo Tomás, está recurriendo a la cultura y sociedad griega.

¡Qué error sacralizar y sublimar la tradición¡ Como si no estuviera llena de errores y tonterías, fruto de argumentos filosóficos disparatados.
Como las polémicas teológicas absurdas (“problemas bizantinos”) sobre el sexo de los ángeles o el problema de la risa en Jesús. ¿Se rió? ¿Recuerdan “El Nombre de la Rosa” y la obsesión porque no se conociera la obra de Aristóteles, “De risa”, porque reírse nos asemeja a los animales, al ser sonidos sin contenido?

Hubo que inventar un espacio en la geografía celeste alternativo al que van los buenos (cielo), los malos (infierno), los que mueren en pecado venial (purgatorio), era el limbo, el lugar celestial al que irían los niños muertos al nacer o antes de bautizarse, que morirían en pecado original.

¿Cómo colocar en el infierno  a los personajes bíblicos que no conocieron a Jesús y su mensaje? Pues al limbo, ¡a esperar el día de la resurrección¡

Este espacio celestial, el limbo, desapareció tras el Concilio Vaticano II, con el Papa Juan Pablo II, a pesar de ser “una tradición arraigada”.
Hay quien dice que el Papa lo eliminó para poder salvar a su hermana, muerta al nacer.

Ni la tradición es infalible ni puede asumirse como algo inamovible, porque no lo es.

¿Mantener en el siglo XXI a Santo Tomás, siglo XIII?

¿Cómo pudo Santo Tomás ignorar que la Magdalena había sido escogida por Jesús para anunciar la resurrección, y que fue un “apóstol de los apóstoles?
Pues lo negó.
Las mujeres serán iguales a los varones en el otro mundo, pero en éste debían seguir subordinadas al varón.

A la Magdalena Jesús, tras la resurrección le dijo: “noli me tangere” (aunque, en realidad, querría decirle o le dijo “suéltame”, “deja de tocarme” pero al discípulo Tomás le permitió meter los dedos en… y la mano en….

Hoy día todos los teólogos coinciden en admitir que la imagen de la Magdalena que se ha presentado a los fieles es “falsa” y, sobre todo, “injusta”.
La esperada rehabilitación de la Magdalena hará que haya que revisar los estudios sobre los orígenes del cristianismo.

¿Es verosímil la leyenda urbana de que la Iglesia y el Vaticano mantienen en secreto el lugar en el que se encuentra la tumba de la Magdalena y que se trata de ocultar una hipotética descendencia de un matrimonio con Jesús?
Pueden hacerse fábulas y rocambolescas hipótesis sobre todo este tema, pero con verosimilitud 0
Lo cierto es que ni la Iglesia ni el Vaticano tienen especial interés en esta cuestión. Lo que más le preocupa al catolicismo es el posible descubrimiento de que pudiera haberse cometido una traición histórica, e incluso teológica, para borrar el liderazgo de María Magdalena y con él el alejamiento de la mujer del ámbito del poder eclesiástico. Y si esa traición pudiera haberse cometido en los orígenes mismos del cristianismo, peor todavía.

El descubrimiento de los evangelios gnósticos de Nag Hammadi, como los escritos aún ocultos, y que puedan descubrirse, es ya un primer paso para la revisión profunda del primer cristianismo.
Las luchas entre las primeras comunidades, la imposición de una de las facciones y el papel que debería haber tenido la mujer en la nueva religión, eso si es un estudio urgente pendiente.
Porque de las tres religiones monoteístas quizá el cristianismo pudiera haber sido la única en que hubiera sido una mujer la que más hubiera intervenido en la estructura de la futura Iglesia.
Jesús, así, habría quebrado los cánones de su tiempo y de su cultura y se separó de la tradición social propia del judaísmo.
Ese protagonismo de la mujer enlazaría con las culturas anteriores al monoteísmo, como las creencias de Egipto, Persia y Mesopotamia, en las que aún no se había asesinado a las diosas para poner el mundo bajo el poder de los dioses masculinos.

Si hoy la Iglesia oficial ya no defiende los viejos conceptos del miedo a la sexualidad de la mujer, para excluirla del poder sacerdotal, ni esgrime la inferioridad física, biológica, intelectual o moral como lo hacían Santo Tomás y San Agustín, ni su condición de tentadora del varón ¿por qué ese miedo a que María Magdalena recupere el papel tan fundamental que había tenido, primero al lado de Jesús y después en las primeras comunidades cristianas?

Rehabilitar a la Magdalena sería abrir las puertas a las mujeres para su ingreso en la jerarquía eclesiástica, como lo hicieron, en 1.992, los protestantes de Inglaterra al instituir el sacerdocio femenino.
También supondría revisar toda la legislación sobre el celibato obligatorio o la nueva visión del matrimonio como no inferior a la virginidad, ni la castidad superior a la actividad sexual como un medio de diálogo y encuentro íntimo entre personas.

Devolver la identidad a la Magdalena sería, también, estudiar sin prejuicios los nuevos escritos gnósticos en los que parece evidente la relación amorosa entre Jesús y la Magdalena y cómo la habría preferido a ella.
No se sabe si estuvieron casados y tuvieron hijos pero ¿qué pasaría si así hubiera sido?
Esto, que tanto teme la Iglesia, sería aceptado por los cristianos de a pie como algo normal.

Como la Iglesia habla, siempre, del Cristo, como Hijo de Dios, más que del hombre Jesús de Nazaret, le da corte enfrentarse a la “carnalidad” de Jesús, quizá el último tabú del cristianismo.

Hoy, los teólogos más liberales no consideran al sexo como el gran pecado del mundo ni consideran que Jesús hubiera sido menos humano y menos divino si se llegase a probar que había experimentado con la Magdalena el amor real entre un varón y una mujer.
Ni María, la madre de Jesús, sería menos amada si se descubriera que no había sido virgen ni antes, ni en, ni después del parto. Porque su mérito siempre habría sido dar a luz a personaje tal, que cambió el rumbo de la historia.

Hoy la Iglesia considera un error haber llevado a la hoguera a aquellas personas porque no profesaban la fe tal como se imponía desde la jerarquía católica.

¿Qué fue el Concilio Vaticano II (1.962) sino una revisión de la actitud de la Iglesia y de sus relaciones con el mundo moderno?

Pero, por desgracia, tras Juan XXIII vino el conservador Benedicto XVI, antiguo Prefecto para la Doctrina de la Fe, buen teólogo, pero que cerró las ventanas al aire nuevo que traía el Último Concilio celebrado por la Iglesia.


Y la mujer sigue vetada.

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