Si Jesús estuvo casado con la Magdalena (que es una
hipótesis no descabellada sino probable, aunque, como tantas veces hemos dicho,
no hay documentos históricos que lo prueben, aunque sí indicios en que
apoyarse) ni su matrimonio ni sus posibles hijos fueron al uso de lo que en su
tiempo existían.
Conociendo a Jesús es fácil
concluir que no se adaptase sumisamente a los cánones judíos vigentes en su
época. Tuvo que ser otra cosa, de otra manera.
Es imposible conciliar la
institución familiar típica judía en la que la mujer estaba totalmente sumisa
al varón y el padre de familia tenía derechos absolutos tanto sobre la esposa
como sobre los hijos.
Si él fue un inconformista
con las costumbres de su tiempo y con la parte más tradicional de su religión,
si fue un provocador y un innovador, también lo tuvo que ser en la familia que
crease.
La sociedad judía del siglo I
consideraba a la mujer como un ser de segunda categoría, sin poder, sin
participación, sin relevancia alguna, disminuida en sus derechos, devaluada
frente al varón, incapacitada para ejercer profesiones,…
Pero Jesús coloca a la mujer
y la considera igual al varón, sin distinción alguna, lo que le acarreará
problemas con las instituciones tradicionales judías.
Mujeres que lo siguen
fielmente, quizá abandonando a marido y familia.
Para Él nunca la ley debe
estar por encima de la persona. “No se hizo el hombre para el sábado sino….”.
El hombre no puede ser esclavo de la ley, es ésta la que debe estar al servicio
del hombre, escandalizando al poder religioso.
La conciencia está por encima
de la ley. Uno debe obrar, en su vida, en conciencia, no necesariamente en
consonancia con la ley.
Como en tantas culturas y
durante tantos siglos el matrimonio no tiene que ser necesariamente por amor.
Su finalidad no es la felicidad, la ayuda, el amor entre la pareja. Su único y
principal objetivo es “traer hijos al mundo”.
El marido era una especie de
amo de la mujer y ésta sólo era importante en cuanto madre (no en cuanto
esposa), y mejor madre cuantos más hijos trajera el mundo. Las familias
numerosas son una bendición de Dios.
Una mujer estéril no sólo era
una desgracia, es que podía ser repudiada, despreciada y humillada puesto que
no cumple con el objetivo de su existencia.
Conociendo a Jesús es fácil
suponer que no sería así su familia (en caso de que la hubiera tenido)
Sus ideas contradecían
frontalmente la idea tradicional de familia que se consideraba como un negocio
entre clanes, un espacio de servidumbre para la mujer y una inversión para el
futuro.
Si el varón tenía suerte su
esposa le daría hijos, si tenía mala fortuna le daría hijas. Aquellos eran
ganancia, “haber”, éstas pérdidas, “debe”.
Y aparece en los evangelios
considerados “revelados”, “inspirados”, “auténticos” como un auténtico
provocador: “De ahora en adelante, una familia de cinco miembros estará
dividida: se dividirán tres contra dos y dos contra tres; padre contra hijo e
hijo contra padre; madre contra hija e hija contra madre; la suegra contra la
nuera y la nuera contra la suegra” (Lucas 12, 52-53).
O en Mateo: “los enemigos de
cada cual son los de su casa”. “Un hermano entregará a un hermano a la muerte y
un padre a su hijo; los hijos denunciarán a sus padres y los harán morir”
(Mateo 10, 21)
Esto es provocar a la
sociedad.
Y es que Jesús era así, un
radical que no admitía medias tintas.
Para él la familia
tradicional era fuente de conflictos y de alienación. Lo había probado en su
propia carne, cuando sus hermanos lo consideran loco. “Fueron a echarle mano,
porque decían que estaba loco” (Mateo 3, 21).
Ni siquiera cuando una mujer
piropea a su madre, en público con el grito de “dichosos los pechos que te
amamantaron” a lo que, increíblemente, responde que “más dichosos son los que
le siguen en su camino de libertad y de respeto a la dignidad humana”
No es que no amara a su
madre, ni que su madre no lo amara a él, es su radicalidad en cuanto a los
valores de la familia de sangre.
Él es consciente que una
persona tan radical como él no encaja en una familia tradicional y no podía ser
aceptado por ella.
Por eso llegará a afirma:
“sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta”
(Mateo 6, 4)
La escena de cuando le
comunican que su madre y sus hermanos están fuera, esperando, y que quieren
verle, responde de una manera sorprendente: “¿quiénes son mi madre y mis
hermanos?... El que cumple la voluntad de Dios, ese es hermano mío, y hermana y
madre” (Marcos 3, 33-35)
Es, para mí, una de las
afirmaciones más graves del evangelio, ese como desprecio, indiferencia,…
Se ha llegado a pensar que revelan
discordias entre Jesús y sus familiares, que no entendían la radicalidad de su
mensaje.
Y en efecto, sus familiares
no lo entendían, porque era dar la vuelta a la tortilla, por lo que pensaban
que estaba loco, que era un iluminado, un fanático, un ido de la cabeza.
Lo que está queriendo decir
es que además de los lazos de sangre hay otros tipos de relaciones entre
varones y mujeres, otros tipos de fraternidad y de paternidad, fundados en la
libertad y en la igualdad, donde nadie se sienta dueño del otro y con derecho a
dominarlo.
El era un sembrador de
libertades. Nunca le impuso nada a nadie, si siquiera a sus discípulos cuando,
en sábado, tenían hambre. No les dice que se sacrifiquen hasta mañana, sino que
le invita a pecar contra la ley judía
No les obligó a ayunar ni a
hacer penitencias. Los llevaba a bodas y banquetes.
Parecía decidido, con su
actitud y sus enseñanzas, a quebrar la estructura social judía, basada en un
matrimonio ofensivo y a unas relaciones familiares que le desagradaban.
Si formó una familia ¿cómo
iba a encajar en la sociedad de su tiempo?
Las relaciones con la Magdalena tuvieron que
ser especiales, muy diferentes a lo común, por eso los apóstoles no la
entendían y menos que una mujer fuera preferida a ellos, varones.
Jesús anunciaba un Reino
diferente en el que no habría distinción entre varones y mujeres, entre judíos
y gentiles, entre sanos y enfermos.
De lo poco que cuentan los
sinópticos de la relación entre Jesús y la Magdalena y lo que narran explícitamente los
apócrifos gnósticos se puede intuir que esa relación sentimental entre ellos
inauguraba un nuevo tipo de relación entre varones y mujeres. Una relación
basada en ella misma y sin necesidad de
sanción por la presencia de hijos.
Un hombre no casado, sin
pareja, sin una relación sentimental con una mujer no puede ser considerado
completo. Es un hombre a medias, mutilado.
La unión sexual, en la
cultura judía, no tenía las connotaciones negativas y pecaminosas que luego le
daría el cristianismo.
El sexo, para los judíos, era
algo sagrado y divino y no ejercerlo era negarse a ser imitador de Dios.
¿Y para Jesús de Nazaret?
Libertad y respeto mutuo (y
no sumisión) debían ser las entrañas del nuevo tipo de relaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario