lunes, 3 de febrero de 2014

7.-3 SOMOS NATURALEZA Y CULTURA


En las acciones que realizamos los seres humanos hay, sin duda, una parte de naturaleza, es decir, de realidades que existen por sí mismas, no construidas por la acción humana, y otra parte de cultura, de componentes que son fruto de la convención, del aprendizaje.

Por ejemplo, alimentarse es una acción natural, biológica: todos los seres vivos lo necesitan para sobrevivir y lo hacen de modo instintivo.

Pero cocinar, hervir un alimento, preparar una salsa, saber usar cuchillo y tenedor, respetar unas normas en la mesa… son acciones culturales: son una conducta social, adquirida y creada por un determinado grupo de seres humanos y que se transmite por aprendizaje.

En nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestros deseos, en toda nuestra vida, se encuentran tanto elementos de origen natural como cultural.

La antropología cultural diferencia entre conductas naturales, aquellas en las que la información ha sido transmitida genéticamente, y pautas de conductas culturales, aquellas que adquirimos por aprendizaje social.

De un modo similar, la biología distingue entre “genotipo” (combinaciones de los genes en los cromosomas) que es innato y el “fenotipo” (interacción del genotipo con el medio ambiente) que es adquirido a lo largo de la vida.

Ambas ciencias, Antropología y Biología, nos muestran que ningún organismo es sólo producto de su naturaleza hereditaria, de los genes, ni tampoco el resultado exclusivo de la interacción con el medioambiente que, en el caso del ser humano, es la cultura en la que ha nacido.

Todos los individuos son el resultado de la interacción entre ambos polos: su naturaleza biológica y el medio en el que se desenvuelven.

De esta forma antropólogos y biólogos contraponen los conceptos de naturaleza y cultura:

NATURALEZA: Es lo Innato, aquello con lo que se nace porque está genéticamente preprogramado o se desarrolla en el estado embrionario y fetal.

CULTURA: Es lo adquirido por aprendizaje social, a partir del momento en el que nacemos

Por ejemplo, por naturaleza nos emparejamos y tenemos descendencia, pero por cultura lo hacemos mediante una fiesta ritual.

Por naturaleza somos capaces de hablar, por cultura nos expresamos en un idioma aprendido en nuestro entorno, etc.

(En otro apartado describiremos la “Evolución Biológica).

 La evolución cultural: el proceso de humanización.

Todos los cambios físicos sucedieron al mismo tiempo que otros de carácter cultural.

Los cambios evolutivos biológicos fueron posibles gracias a que la especie de primates de la que procedemos no se vio limitada por un comportamiento fijo e instintivo, como el resto de animales, sino que, por el contrario, tuvo la capacidad de aprender nuevas técnicas y nuevos modos de existencia.

Sin esta capacidad de aprendizaje, por ejemplo, cuando el ser humano se vio obligado a abandonar el bosque y vivir en la sabana, no hubiera tenido la capacidad de cambiar y adaptarse, por lo que se habría extinguido, al igual que ha sucedido con otras especies.

Somos el resultado de la suma de la evolución biológica más la evolución cultural.

De esta forma, a lo largo de su evolución, el ser humano ha ido adquiriendo habilidades que le han permitido adaptarse a las diferentes condiciones medioambientales.

La aparición y evolución de la cultura permitió al ser humano adaptarse con gran eficacia al entorno que le rodeaba sin necesidad de transformar su cuerpo, como ha sucedido con el resto de animales.

Por ejemplo, la fabricación de herramientas, el lenguaje, la convivencia en sociedad, el vestido, la construcción de diferentes tipos de vehículos, etc., permiten al ser humano adaptarse y sobrevivir.

Las características, comportamientos y factores que favorecieron la evolución psíquica y social del ser humano son muy variados y se corresponden con distintos ámbitos, aunque pueden destacarse los siguientes:

1.- Herencia cultural

La herencia biológica se refiere a las características (rasgos físicos, capacidades, etc.) que los hijos heredan de sus padres por medio de las células sexuales, de la información genética. En este sentido, el mecanismo que nos hace pertenecer a la misma especie que nuestros padres y además nos individualiza es igual que el de los demás organismos dotados de reproducción sexual.

Pero, poseemos una herencia cultural, una herencia exclusivamente humana que consiste en un saber, teórico y práctico, acumulado por la humanidad de generación en generación y que se transmite a través de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

La discusión sobre qué es más importante si los rasgos y capacidades heredadas biológicamente o lo que aprendemos, es una cuestión que sigue abierta y que tiene unas consecuencias sociales innegables.

Pero, ¿qué aporta la cultura a lo biológico?

En primer lugar cumple una función adaptativa.

La herencia cultural hace que el hombre sea el único ser capaz de adaptarse modificando el ambiente y no su estructura genética.

Por ello se le llama también modo superorgánico de adaptación, por contraste con los mecanismos naturales, orgánicos, de adaptación.

Es un mecanismo muy superior al adaptación orgánica, puesto que es más rápido -sólo requiere el lenguaje para ser transmitido a las generaciones siguientes- y más poderoso, ya que se aplica a una exigencia concreta, a una necesidad inmediata.

En segundo lugar, la herencia cultural se aprende, no se hereda genéticamente.

Además se adquiere no sólo a través de los padres, sino de la totalidad del entorno social (familia, amigos, televisión, etc.).

Este proceso es posible gracias a la existencia de una memoria social, es decir, aquel saber de las generaciones anteriores que se conoce y se conserva, de modos muy variados (la tradición oral, libros, archivos documentales, películas, etcétera), para poder ser transmitido.

En tercer lugar no hay unas culturas más naturales que otras.

Aunque son necesarias ciertas capacidades intelectuales para adquirir cultura, los genes no determinan qué cultura.

Un niño puede adquirir cualquiera y aprende aquella en la que crece.

Esto quiere decir que tiene un carácter arbitrario.

Por último, es dinámica. La herencia cultural, a su vez, también hace posible cambios que afectan al modo de vida de los hombres, la evolución cultural.

La aparición del comportamiento social, la necesidad de cuidar el fuego, de preparar los útiles, de reunirse para dormir, para cazar o para desplazarse, condujo a los homínidos a acostumbrarse a acampar en asentamientos protegidos o refugios.

Y fue en estos lugares donde se irían desarrollando caracteres sociales básicos como:

1.- Pautas de cooperación y ayuda entre los miembros del grupo.

2.- Diversificación de actividades: unos atenderían al fuego, otros prepararían la comida, otros fabricarían los útiles, etc.

3.- Aparición de los diferentes papeles o roles sociales.

Muchos biólogos piensan que el ser humano nace en un estado de inmadurez biológica; por ejemplo, el sistema nervioso, que en otros mamíferos se completa dentro del claustro materno, en el ser humano se completa después del parto.

Como consecuencia, desarrollos muy importantes del sistema nervioso se realizan en intercambio con el mundo exterior, tanto físico como sociocultural.

Esto, unido al largo proceso de aprendizaje, nos permite afirmar que no existe una naturaleza humana fija y acabada, sino que el hombre va construyendo su propia naturaleza en relación con las formas sociales y culturales en que nace, aprende y vive.

4.- Lenguaje y pensamiento

El fenómeno del lenguaje humano es uno de los elementos en los que se pone de manifiesto la doble raíz de nuestro modo de ser: somos naturaleza y cultura.

El hecho de que todas las poblaciones humanas sin excepción posean un lenguaje hace pensar que se trata de una forma de comunicación muy antigua.

Es indudable que la selección natural favorece la comunicación mediante el lenguaje.

La posibilidad de hablar una lengua requiere contar con dos condiciones naturales, la existencia de una anatomía adecuada para articular sonidos complejos y un cerebro desarrollado.

No hay que olvidar que es la inteligencia la que hace posible nombrar, generalizar, abstraer y razonar.

El lenguaje, la capacidad para comunicarnos por medio de una lengua tiene, por lo tanto un origen biológico, evolutivo, pero es el lugar en el que nacemos el que hace que aprendamos una lengua u otra.

Incluso, esta resistencia se pierde.

La experiencia ha demostrado que si un niño no aprendido a hablar a una determinada edad, ya no será capaz de hacerlo.

Piensa en los llamados "niños lobos" que crecieron sin contacto con otros seres humanos y que nunca lograron hablar.

La naturaleza nos dota de una capacidad, pero es la cultura la que la desarrolla.

La capacidad lingüística es natural, innata y la lengua es adquirida, es cultura.

El lenguaje es un sistema de comunicación interpersonal, es decir, para contarnos cosas, preguntarnos, pedirnos algo, expresar deseos, sentimientos, etc.

Utiliza signos arbitrarios, es decir, símbolos.

Las palabras no guardan ninguna relación necesaria con lo que nombran, como lo demuestra que "mesa" y "table" se usen para referirse al mismo objeto.

El lenguaje humano es, además, un lenguaje vocal.

Los sonidos humanos son sonidos distintos de los de los animales, gracias a la posición baja de nuestra laringe, lo que, por otro lado, restringe nuestra capacidad para tragar líquidos y respirar al mismo tiempo.

De nuevo, se trata de una modificación de la evolución que nos distingue de otros animales y que nos proporciona una de nuestras mayores ventajas.

Pero, sobre todo la característica que distingue al lenguaje humano de todos los demás sistemas de comunicación es su doble articulación.

Esta doble articulación se refiere a la posibilidad de dividir nuestro mensaje en unidades mínimas de significado, llamadas monemas (primera articulación) y en unidades mínimas de sonidos o fonemas (segunda articulación).

De este modo, utilizando sólo una serie limitada de sonidos se pueden componer miles de monemas y obtener, así, un número infinito de mensajes.

La doble articulación, por lo tanto, confiere gran flexibilidad y riqueza al lenguaje.

Es lo que nos permite comunicar mensajes de diferente naturaleza (ideas abstractas, sentimientos y sensaciones), así como referimos al futuro y el pasado.

Pero además, hace posible que podamos hacerlo cada vez de un modo distinto.

Se ha discutido mucho sobre la relación entre pensamiento y lenguaje pero lo que siempre ha quedado claro es la profunda relación entre uno y otro.

El lenguaje es el modo en que nuestro pensamiento está codificado.

5.-  Comportamiento ético

El lenguaje nos permite comunicarnos unos con otros, pero esa convivencia va unida a otro carácter, el de la moralidad.

Somos seres morales, es decir, juzgamos nuestros actos y los de los demás con términos como bueno, malo, justo o injusto.

Sabemos qué debemos hacer y qué no, pero estas normas son sociales, es decir son compartidas con las personas con las que convivimos.

Éste rasgo humano pone de manifiesto de nuevo nuestro doble carácter, como seres naturales y como seres culturales.

Dado que todos los hombres estamos dotados de esa capacidad, parece evidente que se trata de una cualidad biológica, propio del hombre.

La discusión surge cuando nos preguntamos si las normas morales concretas, lo que consideramos correcto o incorrecto, también están determinadas genéticamente.

Se trata, pues, de dos cuestiones distintas, puesto que tener la necesidad de aceptar valores éticos no implica necesariamente que tengan que ser unos en concreto.

Esta cuestión nos lleva a plantear las dos cuestiones.

En primer lugar, el papel de lo biológico en el hombre.

La ética ¿forma parte de nuestra herencia cultural o tan sólo de la biológica?

 En segundo lugar y como consecuencia de esta primera cuestión, tendremos que preguntarnos si cuando decidimos actuar de un modo concreto porque lo consideramos lo correcto estamos, o no, actuando determinados por nuestra herencia biológica.

Si la respuesta es que es mi naturaleza biológica la que me hace actuar, será puesto en entredicho la idea de la responsabilidad humana, la libertad, etc.

Estamos ante una cuestión de gran trascendencia, ¿somos libres y responsables de nuestros actos?

Se discute la propia existencia de la moralidad humana.

Estudiosos sobre la evolución, representantes de la teoría sintética, han coincidido en señalar que la moralidad es un producto de la evolución, pero que los códigos morales, se aprenden.  (Ya expuesto en otra entrada).

Coinciden en que del mismo modo que todos los hombres están capacitados para hablar, pero cada uno aprende su lengua, lo que heredamos genéricamente es una capacidad para "moralizar" que nos permite aprender el código concreto de nuestro grupo.

Los valores morales que aceptamos para guiar nuestra conducta forman parte de nuestra herencia cultural.

Esta afirmación parece cierta, al menos a primera vista, si tenemos en cuenta que todas las sociedades humanas de las que tenemos conocimiento han tenido y tienen códigos morales propios.

Estas normas morales se aprenden de otros miembros de la sociedad y, además, está reforzado de modo natural por la predisposición propia de los hombres a aceptar la autoridad, tanto de los padres como de otros adultos.

El estado de madurez biológica del hombre al nacer, su inacabamiento, hace que pueda ser presa de múltiples peligros, pero también de influencia.

Pero además, cada sociedad refuerza la obediencia a su código moral mediante la persuasión y/o sanciones.

A los adultos se les exige cierta aceptación de las normas del grupo.

El que no acepta el código imperante se convierte en un marginado, en un inadaptado y corre el riesgo, incluso, de no sobrevivir ni él ni su descendencia.

6.- La Autoconciencia

Pero nuestra inteligencia, además de lenguaje y ética implica inmediatamente otro concepto, el de la conciencia o autoconciencia, es decir la experiencia interna, intransferible que cada sujeto tiene de sí mismo y de sus actos.

Sólo el hombre puede pensar sobre sí mismo, sobre su vida y su destino y la conciencia acompaña todos nuestros actos.

Únicamente el hombre sabe quién es, tiene identidad y por ese saber quién es, se siente único, irrepetible.

Pero, precisamente por tratarse de una experiencia interna, la conciencia de los temas es algo inaccesible, no podemos saber con certeza si otros animales tienen experiencias semejantes o alguna forma, más o menos rudimentaria, de conciencia, pero dado que la conciencia va unida estrechamente a la inteligencia, la conciencia tiene que ser una experiencia humana exclusivamente.

A su vez está conciencia nos ha dado otro de los rasgos que claramente nos identifica, ha hecho que sepamos que vamos a morir. Incluso se puede llegar a considerar que es la conciencia de la muerte lo que nos hace tan distintos de los demás animales.

En general, los animales se muestran indiferentes ante la muerte de miembros de su misma especie, excepto las madres respecto de sus crías jóvenes.

El hombre es el único animal que entierra de modo ritual a sus muertos y esto sólo es explicable si aceptamos que quien así se comporta es porque sabe que va a morir y lo que ello significa.

Los enterramientos son un comportamiento universal entre los seres humanos, sea cual sea su cultura.

Las formas pueden variar: inhumación, incineración, momificación, etc., pero la costumbre no desaparece.

Pero, ¿cuándo surgió la conciencia del hombre?

La relación entre conciencia y muerte nos permite utilizar los enterramientos, para determinarlo.

Por lo tanto, las sepulturas son, al menos, señal de que aquellos que lo practican ya tenían conciencia de sí mismos.

¿Cómo saber que estamos ante un enterramiento humano?

La arqueología acepta que estamos ante una cultura cuando encontramos elementos que no pueden ser explicados por el azar o la naturaleza, es decir, una fosa artificial, un esqueleto dispuesto de modo intencionado y ajuar funerario (elementos decorativos, utensilios, etcétera.)

Pero, además esta costumbre puede interpretarse como el nacimiento de una cierta religiosidad, puesto que la explicación de los enterramientos nos permite entenderlos no sólo como señal de respeto por el muerto, sino también con su preparación para un largo camino, para otra vida.

La conciencia de la muerte es también la conciencia del tiempo.

El hombre es el único ser que reflexiona sobre su pasado, vive su presente y proyecta su futuro.

Es un ser temporal, consciente del tiempo que ha vivido, vive y le queda por vivir.

Se podría decir que el carácter inacabado de la naturaleza humana, su gran capacidad de aprendizaje, es decir, su plasticidad, junto con la posibilidad de anticipar las consecuencias de sus acciones y de tomar decisiones, convierten al ser humano en un ser abierto al futuro.

El futuro es necesario para vivir, el hombre necesita proyectarse, planificar, esperar cosas; sin futuro su vida pierde sentido.

La vida humana es un proyecto personal, individual, algo que vamos construyendo, pero también es una tarea colectiva.

La humanidad también es consciente del tiempo.

Es la protagonista de la historia.

Reinterpreta su pasado, analiza y vive su presente y toma decisiones sobre el futuro.

Sin embargo, la idea que ha existido sobre el futuro de la humanidad no siempre ha sido la misma.

A partir de la Ilustración, movimiento cultural en los siglos XVII y XVIII, el hombre ve en el futuro un mundo mejor.

Piensa que la humanidad progresa no sólo técnicamente, lo que le permitirá vivir con mayor bienestar, sino también moralmente, lo que hace esperar que disminuirán o incluso, llegarán a desaparecer algunos de los males causados por los propios hombres.

El siglo XX, sin embargo, ha puesto en cuestión esta idea optimista sobre el hombre y la humanidad, para hacerse consciente de su poder de destrucción y autodestrucción.

La bomba atómica -cuya potencia ha sido multiplicado por diez por las armas nucleares desarrolladas posteriormente- puso de manifiesto que la humanidad puede tener un final a manos de los propios hombres.

Fue el primer aviso.

La progresiva degradación de la Naturaleza, la contaminación del aire de las aguas, el daño sufrido por la capa de ozono, son otros tantos ejemplos de la capacidad para convertir nuestro planeta en un lugar inhabitable para los seres vivos, humanos y no humanos.

Durante este siglo los hombres se han dado cuenta de que su futuro depende, en gran medida de ellos mismos.

7.-  La creación de utensilios: la técnica

El hombre es lo que es porque ha sido capaz de dotarse de aquellos elementos que la naturaleza le ha negado.

Su aparente fragilidad e, incluso, incapacidad frente a otros animales, es sustituida por la inteligencia, como ha hecho posible el lenguaje, la ética, etc. y la posibilidad de intervenir en el mundo.

Platón, en el mito de Prometeo, destaca hasta qué punto esta capacidad es esencial para la supervivencia de los hombres.

Platón sitúa en el mismo plano la inteligencia y la técnica, la capacidad para modificar el medio que nos rodea, y reconocen ambos el patrimonio con el que cuenta la humanidad para poder sobrevivir, sin ellos, por la incompetencia de Epimeteo, hubiera muerto.

La técnica, esta actividad, que nos ha llevado hoy a una sucia tecnología altamente tecnificada, empezó siendo muy elemental, apenas la creación de utensilios, como flechas; pero poco a poco, los seres humanos fueron desarrollando estabilidad y distanciándose del uso de instrumentos que pueden hacer los animales, como los monos.

El poder creador del hombre ha ido creciendo de tal modo que la distancia con los animales es infinita.

Vivimos en un mundo tecnificado en que la tecnología forma parte de nuestra vida, hasta el punto que hemos transformado totalmente la imagen de la naturaleza allí donde hemos llegado: casas, puentes, carreteras, campos cultivados, reforestaciones y presas.

La naturaleza está humanizada.

Desde el siglo XVI nuestro saber se orienta no sólo hacia la investigación, espoleado por el afán de descubrir los secretos de la naturaleza, sino también a la transformación de la naturaleza, con el fin de mejorar la vida de la humanidad.

Hoy en día, los avances en medicina, el campo abierto de las técnicas de fertilización asistida, la separación entre sexualidad y reproducción, la investigación espacial o la tecnología de la información presentan posiciones impensables hasta este siglo.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario