domingo, 17 de septiembre de 2017

ROUSSEAU: UNA VIDA CONTRADICTORIA (6)


El hombre que escribió la prestigiosa obra Emilio o De la educación, en la que pretendía enseñar al mundo cómo hay que educar y amar a los niños, resulta que se desentendió por completo de los suyos y no fue capaz de aceptarlos ni educarlos.

¿Por qué?

Rousseau justifica su actitud con varios argumentos: primero, tenía una enfermedad incurable de vejiga y se temía que no viviría mucho; además no tenía dinero y ni siquiera un trabajo estable que le permitiese educar a sus hijos debidamente o dejarles algún legado. Tampoco quería que fuesen educados por la familia Levasseur porque se convertirían en pequeños monstruos.
Así que la mejor solución era la Inclusa, donde no recibirían ningún mimo y lo pasarían mejor, y, además, esta era la forma de educación que Platón recomienda en su República: “los niños deben ser educados por el Estado.”

De cualquier manera, ninguna de estas excusas puede justificar moralmente el abandono de los hijos por parte de los padres, incluso aunque ésta fuera una práctica habitual en el París de la época (las cifras así lo manifiestan)

Precisamente por eso, Rousseau no tuvo más remedio que confesar el remordimiento que sentía por haber depositado en el hospicio a sus cinco hijos recién nacidos.
Hacia el final de su vida, en Las confesiones escribió: “Al meditar mi Tratado de la educación, me di cuenta de que había descuidado deberes de los que nada podía dispensarme. Finalmente, el remordimiento fue tan vivo que casi me arrancó la confesión pública de mi falta al comienzo del Emilio.”

Una de las críticas que se ha hecho al Emilio es que carece de afectividad.

El niño que inventó Rousseau no parece tener emociones, no ríe ni llora ni se encariña o se pelea con los demás niños. Es como un autómata sin alma, frío, insensible y encerrado en el propio yo.

Su creador intentó fabricar un muchacho completamente libre ante el mundo pero, en el fondo, lo que forjó fue un monstruoso esclavo de su maestro que observaba la realidad sólo a través de los ojos y de las ideas del mismo Rousseau.

Evidentemente el conocimiento que el escritor tuvo acerca de los niños fue siempre mucho más teórico que real.

Por lo que respecta a “las mujeres”, se relacionó sentimentalmente con varias, aunque de hecho fue un antifeminista convencido (subordinación de la mujer al varón y las labores domésticas como ocupación exclusivamente femeninas) ya que estaba persuadido de que las mujeres no formaban parte del pueblo soberano (excluidas del voto).

En su opinión, únicamente los varones libres podían pertenecer al pueblo soberano.

En 1750 envió un ensayo a un concurso público organizado por la Real Academia de Dijon sobre el tema: “El progreso de las ciencias y de las letras, ¿ha contribuido a la corrupción o a la mejora de las costumbres?”.
Se suponía que habían contribuido a la mejora de las costumbres (ese era el tema propuesto en el concurso y se solicitaba las causas o motivos de por qué sí)

En contra de lo que las autoridades académicas esperaban, Rousseau argumentó en este trabajo que el progreso de las ciencias y las artes no había servido para mejorar al ser humano sino para degradarlo.

Se había creado así una sociedad artificial e injusta que premiaba a los más ricos y, a la vez, cargaba las débiles espaldas de los pobres con impuestos y privaciones que éstos no podían soportar.

Los poderosos se habían corrompido mediante vicios refinados, ahogando el espíritu de libertad que anidaba en el alma de los primeros hombres. Éstos gozaban de mejor salud que sus descendientes en el presente, no necesitaban ningún tipo de medicina porque todavía no habían sido domesticados por la civilización. Eran libres, sanos, honestos y felices pues desconocían las desigualdades características de la sociedad civil.

Mediante tales ideas, tan contrarias al pensamiento general de aquella época, Rousseau sorprendió por su originalidad, aunque para muchos su ensayo constituyó un motivo de escándalo.
Sin embargo, se le concedió el premio, su trabajo se publicó y el joven filósofo saltó a la fama.

Algunos biógrafos opinan que a partir de este momento el hombre Rousseau se convirtió en prisionero del escritor Rousseau y siempre tuvo que mantener esta paradoja en su vida.

Su primer éxito fue este trabajo literario en el que, precisamente, procuraba demostrar que la literatura era perjudicial para la humanidad.
Las letras eran dañinas pero él se convirtió en un escritor prolífico.
Afirmó que las ideas pervierten al hombre y que quien medita acaba depravándose, sin embargo, pocos hombres han tenido tantas ideas y han meditado tanto como él (lo que resulta contradictorio).

Exaltó la castidad pero tuvo relaciones, al menos, con tres mujeres.

Adoró al sexo femenino pero fue un antifeminista radical.

Escribió un extenso libro sobre la educación, a la vez que se desentendió por completo de sus cinco hijos dejándolos a todos en el hospicio.
Lo mismo le ocurrió también con sus escritos acerca del teatro, la ópera o la política.

Ensalzaba y fulminaba.


Criticó a los nobles y a los ricos, pero siempre dependió de ellos para subsistir. 

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