domingo, 10 de septiembre de 2017

KANT: LA SEXUALIDAD Y LAS MUJERES ( y 4)

¿Estaba en la mente de Kant la búsqueda de esposa?
Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos es que los fracasos matrimoniales de muchos de sus amigos debieron influir sobre él y se iría enfriando la búsqueda de esposa, porque es, entonces, cuando pronuncia la sentencia: “uno no debe casarse”.

Afirma que la voluptuosidad es contraria a la naturaleza porque alimenta la imaginación y se crea una imagen irreal de las cosas.

Sexualmente, rechaza tanto la homosexualidad como el bestialismo.

Define el intercambio sexual como “la utilización de los órganos sexuales de un individuo de sexo diferente…y es “contra natura” cuando se practica con una persona del mismo sexo o con un animal extraño a la especie humana”

De acuerdo con la ley, el comercio o intercambio sexual viene definido por el matrimonio, cuyo fin es procrear y educar a los hijos, pero también para el goce mutuo de los esposos, lo que sería suficiente para fundamentar la unión sexual, lo que suponía un avance, ajeno y contra el cristianismo, para aquellos tiempos.

Por supuesto, rechaza las orgías, en que se desata el instinto animal, ajeno a la razón.

Si el intercambio sexual es la ventaja del matrimonio, también tiene un inconveniente, porque lo conveniente es ahorrar esperma.

“Los hombres que se mantienen célibes mantienen un aspecto juvenil durante más tiempo, por el menor gasto espermático”, por lo que Kant se opone a la masturbación con eyaculación.

“Antes una prostituta que la práctica onanista, pero mejor, la abstinencia”

“Si la simiente no es emitida se transforma en una fuerza espiritual” – es el espíritu y la creencia de la medicina del XVII.

Cuando conoció a quien sería su gran amigo, Green, un inglés, comerciante en varios artículos, soltero, un tanto excéntrico pero bastante culto ya que era aficionado a la ciencia y a los descubrimientos y estaba , al tanto de todo lo que se escribía sobre filosofía en Gran Bretaña y en la agitada Francia de la época y de cuyos temas se sentirían gozosos tratándolos, dialogando, preguntando, respondiendo,… se convierte en sospechosa la relación entre ellos desde el primer encuentro, desde el primer día que se conocieron.

Confiaba tanto Kant en su amigo Green que le dejaba sus ahorros para que se los invirtiera al 5 ó 6 % (al final de su vida docente sus ingresos ascendían a 100 libras al año). En su testamento dejó la respetable suma de 39 táleros, y ya descontadas las cantidades anuales destinadas a obras de caridad.

Y si antes de conocerlo, Kant jugaba a las cartas, al billar, iba al teatro, a los conciertos, a las tabernas,….era un extrovertido y social, después cortó con esas salidas totalmente.

En las veladas del conde y la condesa de Keyserling, en cuya casa había sido preceptor durante sus años de juventud, Kant tenía un lugar de honor. Como lo señala un testimonio: “él era casi siempre quien desataba y dirigía la conversación”.

Kant podía hablar de todos los temas y se le consultaba sobre cualquier asunto.

En 1774 un sabio físico encargado por las autoridades de la ciudad de instalar el primer pararrayos de Königsberg en el campanario de la iglesia de Haberberger, escribió a nuestro filósofo para pedirle su punto de vista.

¡Kant, hasta consejero sobre truenos y relámpagos¡

Pero, después de conocer a Green, dijo adiós a todo eso, porque dejó de gustarle.


Así que cada día, durante el resto de la vida de Green (porque padeció de gota abdominal y guardaba reposo en casa) por las tardes lo visitaba, hasta las siete, de lunes a viernes, y hasta las nueve, los sábados.

¿Hubo algo más, entre ellos, que la visita de amigos dialogantes?

Al volver a casa (que compró cuando ya tenía 59 años) leía o contestaba algunas cartas y a las diez, en punto, quince minutos después de haber dejado de pensar, se acostaba en su recámara, cuyas ventanas permanecían cerradas todo el año, se desvestía y se metía en la cama mediante una serie de movimientos especiales, un elaborado ritual, que le permitían quedar perfectamente cubierto toda la noche.

Cuando las necesidades urinarias lo hacían despertarse, sin luz, se guiaba por el cordel que había instalado entre su cama y el baño a fin de no tropezar por las noches”.


Así era Kant.

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