domingo, 26 de enero de 2014

6. 10.- EL CONTROL.


 
Siempre es bueno pedir perdón, pero es mejor no tener que pedirlo.

No podemos/no sabemos controlarnos. O no llegamos a la palabra adecuada o nos pasamos en el exabrupto. Y, luego, debemos pedir perdón.

Pedir perdón por no poder/no saber ser aristotélico, poder actuar justamente, “fielmente” (en el “fiel” de la balanza).

El mundo que conocimos y el que vivimos se nos está desestructurando (si es que, alguna vez, realmente, estuvo estructurado). Y nosotros mismos estamos perdiendo el control no sólo ante las cosas, tentativas, sino ante nosotros mismos.

Parece que somos incapaces de pararnos y pronunciar un “hasta aquí hemos llegado”, y nos dejamos arrastrar por el vendaval humano, da igual de qué.

Parece que nuestro corazón y nuestro cerebro estén peleados.

La mano se desmarca de la cabeza y golpea a quienes hemos querido, de corazón.

Y así, cada mañana, entre la tostada de aceite y el sorbo de café con leche, la televisión nos arrima su desayuno de desgracias varias.

La última (que podría, ya, ser la penúltima) mujer asesinada, un kamikaze en coche de explosivos que ha dejado X muertos y 5X heridos graves a las puertas mismas de un edificio religioso, los niños esqueléticos que mueren de hambre, el paro que no ha dejado de parar y echa a la cuneta de la desesperación a 10X de personas, el corrupto de turno al que acaban de pillar con una cuenta (y que ya damos por su puesto que es la “primera pillada”, pero no la única, porque “el que hace un cesto, hace ciento, si se le da tiempo), y de nuevo un tren que descarrila u otra fábrica india que se incendia acabando con míseras vidas (pero que eran “vidas”, aunque míseras),…

Y el mundo va cayéndose a pedazos y el desayuno… (Se te quitan las ganas de desayunar).

Y a veces piensas que “feliz el que nada de esto sabe, porque, al menos, no sufre”.

Como si el “no querer saber” consiguiera el efecto de “no ser”.

Parece que ya no hay “buenas nuevas” que dar, ni a la hora del desayuno.

Parece que todo es sólo calamidad y miseria.

Las pasiones, hipertrofiadas se desbordan, nos desbordan, y se desata la siguiente carnicería variopinta (desde el violador al asesino, pasando por el pederasta y el ladrón (da igual (o no) el color de su guante.

Y no sólo las “pasiones” (siempre cargadas de dinamita), ya ni las “emociones” somos capaces de controlar (hasta una simple participación de un tercer o cuarto premio de la Lotería Navideña te lanza a la calle a gritar, a abrazar, a mostrar la participación,…como si, el hecho de haber encontrado un portal, en el que guarecerte para no mojarte, fuera ya no mojarte más, cuando tú mismo estás lleno de goteras, debido a tu carácter y a no saber convivir.

“Los celos”, “mi patria”, la “única religión verdadera”,… traspasan el límite, se descontrolan y de ser “orgullo de algo y de alguien” pasan a ser “pasiones”.

Es, entonces, cuando la mano se suelta de la cabeza y bofetea y mata a “esa persona”, a “ese colectivo”, a “esos ateos y herejes”, a…. cualquiera que pase por allí sin entrar en esas categorías.

Además, como somos, además de animales sociales, “animales gregarios”, todos los de tu correa se te unen y…”armas la de Dios es Cristo”.

Todo se nos está yendo de las manos.

La familia actual está dejando de ser una “comunidad” de personas con los mismos intereses “comunitarios” y está convirtiéndose en una mera “asociación de personas” con intereses concretos, que viven (pero que apenas conviven) y que, a menudo, simultanean sus presencias en el mismo espacio domiciliario.

Y las prisas no dan respiro a una mínima reflexión. Ante el Estímulo nos sentimos forzados a Responder al instante y como, muchas veces, no damos con la respuesta acertada, hasta nos cuesta reconocer el error y pedir perdón, como si fuera una humillación y no una virtud.

Las pasiones, que son fuego, incontroladas, hacen su aparición en el escenario, incendiándolo.

El no control de las pasiones es “jugar con fuego” por lo que lo normal es quemarse y quemar a los que te rodean.

Pero no creamos que la pasión siempre nubla la inteligencia, a veces, muchas veces, la desvista con tanta luz. Y ocurre la tragedia.

El terrorista (patriótico o religioso) sabe, lúcidamente, lo que va a hacer y lo hace. No es un ignorante. No tiene ofuscada la razón. Es, simplemente,  una “mala persona”

En él no ha aparecido, al despertarse, la venganza. Ésta no es “pan del día”. Es el mal fruto que ha ido madurando durante muchos días, con alimentos ideológicos de quienes saben cómo alimentarlos.

Nuestra vida se parece más a una montaña rusa que a un reposado paseo.

Las tristezas y las alegrías salen, a menudo, a nuestro paso, pero debemos saber y poder controlarlas para que no se conviertan en estados psicológicos de pesimismo o de euforia irracional.

No hace tanto que colgué una reflexión: “ataques de pesimismo”. Recibí varios correos dándome ánimos. A los que tuve que responder que era una “reflexión sobre” no un capítulo biográfico”.

Somos hombres (varones o mujeres, mujeres o varones) no somos ángeles. En nuestra vida hay luces y sombras que se entrecruzan. Y debemos controlar para que unas no se coman a las otras. Necesitamos los días y las noches.

La primera y gran verdad con la que todos contamos es cuando nos damos cuenta que estamos equivocados.

Y la primera y gran decisión que deberíamos tomar sería no insistir en el error y dar marcha atrás.

Un juego de luces y sombras es nuestra vida. Y debemos saber jugar con ellas, intensificándolas o aminorándolas, según las circunstancias.

Ante la desgracia imprevista y a la que uno no ha apostado para que le toque, aceptarla, intentando minimizar sus consecuencias.

¿Que en nuestra vida hay aciertos? Sin duda.

¿Que en nuestra vida hay errores? Sin duda, también. Tantos o más que aciertos.

Lo importante es reaccionar ante el fracaso, no permitiendo que te aplaste.

Creo que una de las claves de una buena educación sentimental es aprender a asumir los fracasos.

Son muchos los mecanismos que existen para no caer y entrar en el “estado de frustración” y que ella sea la que nos marque el camino.

¿Quién no se ha enfadado, y no una sino muchas veces, por algo que nos han dicho o hecho (o, al menos, eso hemos creído)? No se nos borra fácilmente de la memoria.

Pero fácilmente se borra lo que nosotros dijimos e hicimos, injustamente, a otros.

Por eso siempre es buena la “táctica del enfriamiento”, dejar pasar un tiempo prudencial entre el enojo y el tiempo de respuesta. No es agradable tragarse los posos al tiempo que la bebida.

Siempre es posible verlo desde otra perspectiva, preguntándose y, sobre todo, preguntando los porqués.

Si es uno mismo quien pregunta y uno mismo quien se responde, fácilmente todo queda coloreado.

Cuando el interés anda de por medio, éste nunca será el mejor consejero.

Igualmente “enfriamiento” es  distraerse en algo grato y capaz de provocar un circuito, aunque sea temporal, de la corriente del enojo.

La distracción posee una gran capacidad sedante en la cadena de pensamiento negativo.

¿Cuántas veces, todos, nos hemos arrepentido de haber tomado decisiones precipitadas, “en caliente”?.

Palabras-insultos, palabras-desprecio, acciones incorrectas, conductas contraproducentes,… que, si la vida tuviera moviola y pudiéramos rebobinar no las volveríamos a decir ni a hacer. Pero la precipitación nos pierde.

Romper lazos afectivos por respuestas súbitas, automáticas, nunca es la mejor solución.

Padres-hijos, varón-mujer, profesor-alumno, medico-paciente, periodista-lector,… son relaciones que hay que cuidar, que hay que mimar.

De lo contrario, ambos perjudicados por no saber/no poder “medir los tiempos” y dejar en la mochila lo que, inconscientemente, se puso en circulación.

Control y dominio de sí.

Nos pierde la precipitación, el no dejar asentarse los posos que la discusión provoca, y nos tragamos el precipitado, y nos perjudica.

El control de la reacción no sólo arregla averías, también las previene antes que surjan.

“Siempre será bueno saber pedir perdón, pero mejor es no provocar situaciones por las que tener que pedirlo”

Estamos necesitados, somos seres necesitantes, somos sociales, necesitamos a los otros para ser nosotros mismos.

Una vez abandonado el “claustro materno de temporada que nos ha permitido ser” necesitamos ese otro “claustro social, más amplio, para hacernos humanos”.

He repetido muchas veces que “Nos Nacen hombres”, “Nos Hacen humanos”, “Nos Hacemos personas”.

Nuestros padres – la sociedad envolvente – nosotros mismos somos los responsables.

“¡Ay de los “solos”¡ - dice la Biblia. No es que nos guste la compañía, es que la necesitamos.

Pero no toda compañía es buena, y los sabemos por experiencia propia o ajena.

Y a esos otros, a veces los amamos y a veces los odiamos (con o sin razón), a veces nos caen bien y, además, nos benefician, pero, a veces, es todo lo contrario.

Es verdad que necesitamos beber, pero no toda agua es potable.

Por otra parte, el afecto no sabe de años, ni de sexos, ni de inteligencias, ni de status social. Nada de ello causa la bonhomía.

El afecto salta por encima de las ideas que amueblan los cerebros, ocupados y preocupados en cuestiones y problemas diferentes.

Una simple mirada, un detalle,…puede provocar la chispa que genere el afecto.

Sólo hay que saber apartar, poner entre paréntesis, dejar aparcadas en la cuneta las diferencias y sumergirse en el conocimiento de lo bueno desconocido del otro.

Pero el afecto más duradero sólo solidificará cuando ambos den y reciban, se den y se reciban, en un intercambio continuo en que se siente felicidad dando y dándose.

Si no hay mutuo beneficio, si sólo se busca el interés propio, está escribiéndose la crónica de una ruptura anunciada.

 

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