martes, 26 de marzo de 2013

SOY FILÓSOFO

 Los libros de autoayuda se venden como rosquillas. Igualmente las “recetas de la felicidad” del Dalai Lama y demás gurúes y santones.

Yo, que soy agnóstico, escéptico y bastante relativista, es decir, que no creo en casi nada, tampoco creo en nada de eso.

Creo ser filósofo, eso sí, por lo que reconozco no estar en posesión de verdad vital segura. No sólo no tengo recetas, sino que reconozco que, muchas veces, me alimento mal, felicitariamente hablando.

Soy un “Viator”, un sempiterno caminante, sin estar seguro de ninguna parada.

No soy sabio, como ningún filósofo lo es (dejaría de filosofar), soy un buscador, un ansioso, un deseoso de reposo, estando convencido de que moriré de pie, pero con la cabeza erguida, escrutando el horizonte, por si allí estuviera esa parada, sabiendo que, como dice Galeano: “La utopía está en el horizonte. // Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. // Entones, ¿para qué sirve la utopía? // Para eso sirve, para caminar”.

Si fuera, no sabio, sino medio sabio, mandaría a tomar vientos todos estos artículos y reflexiones y me dedicaría, enteramente, a VIVIR. Sé que para un auténtico vivir es necesario vencer y tener atados todos los miedos y sé que no tengo (porque no existen) cuerdas seguras para ello.

El cura me asegura que la felicidad está en el “más allá”, cuando muera, porque “Vita mutatur, non tollitur”. Porque “la vida cambia, no se quita, no se acaba, se transmuta”. Pero mi escepticismo y mi agnosticismo me aseguran que nadie ha vuelto, de esa otra vida, o ultravida, con “la vida cambiada”. Sencillamente, murieron y muertos siguen.

El psicoanalista, en cambio, me asegura que sólo retrotrayéndome a mi infancia, para revivir los traumas entonces vividos, podré derrotar los miedos que me tienen atenazado.

El filósofo, mismamente yo, soy consciente de que hay que acabar con los miedos sabiendo que, tras la próxima esquina, surgirá otro miedo inesperado, al que también habrá que intentar esposar.

No es que tengamos miedo, es que “somos miedosos”, por nuestra debilidad.

¿Por qué llora esa persona religiosa, cuando se le muere la esposa o el hijo, cuando debería estar repicando las campanas, de alegría, y cantar victoria, al tiempo de sentir nostalgia de no haber sido él, porque su esposa o su hijo, al fin son “eternamente felices”?
¿Por qué cuando enferma esa persona religiosa no desea su muerte, como el bonobús que va a transportarlo, ya, definitivamente, de un salto, en un abrir y cerrar de ojos, al cielo?

Sencillamente, porque “la religión es el falso consuelo que adormece para soportar esta ingrata e injusta vida, con la esperanza de que, ya que aquí no, allí sí va a reinar la justicia”

¿Y el psicoanalista? Además del caro y largo tratamiento ¿consigue otra cosa que dejar a uno con el culo al aire y la cartera más ligera, al tiempo que ser un tema para su próxima conferencia?

¿Y el filósofo? Sólo afirma que ese “filo” es la negación de “sofos”, por eso vive en la cuerda floja de la vida, a la intemperie (porque todo paraguas está roto). Vive en el filo, al límite.

Ningún filósofo sensato prometerá otra felicidad que no sea la de buscar, seguir buscando y, sobre todo, disfrutar de la búsqueda y mientras se busca.
Vive desinstalado, siempre en el camino, caminante.

Hasta San Agustín rogaba: “haz, Señor, que busque para encontrar, y que encuentre para seguir buscando”.
¿Qué es, pues, lo que ha encontrado, si tiene que seguir buscando?
¿No se habrá dado de bruces con la seguridad de que todo es inseguro, y que no existe, como parada, esa cosa llamada “felicidad” en la que instalarse?

¿Amar el presente? ¿Es esa la solución?

Díselo, si te atreves, a ese congoleño al que un fanático de cualquier cosa acaba de descuartizar a su familia por el simple hecho de…. ¿de qué? De haber nacido y estar allí y no unos kilómetros más arriba o más abajo.

La lotería del nacer.

La filosofía no es un medicamento, no es un calmante, sino, por el contrario, un estimulante.
Es un trago de agua sabiendo que siempre estará sediento, pero que me ayuda a caminar, pero sin prometer que exista esa fuente junto a la cual reposar acostado e instalado.

Ni fuente, ni reposo. Sólo ser caminante y camino. Esa es la realidad, la mayor o menor maldita realidad, siempre preñada de obstáculos.

Estar convencido de ello es un poco semidomesticarla, para seguir manejándose con ella.

Un simple, maldito y cabrón microbio, real, puede no sólo estropearte el vehículo somático, sino despeñarte, a ti o a los tuyos, a esos que forman tu “círculo sagrado”.

¿Qué hacer?

Sólo queda el intento de acabar con quien quiera acabar con uno, o, al menos, domesticarlo.

Los miedos son reales, ¿vencerlos? una imposibilidad, ¿negarlos? una estupidez, ¿refugiarse en la religión? un valium, un autoengaño, un vivir semidormido.

Tenemos que aprender a vivir con ellos, manteniéndolos a raya, nunca tenerlos como bienvenidos.
Abordarlos. Superar, tan sólo uno, produce una cierta serenidad de que, al menos a ese, lo hemos superado,  rodeado, o esquivado o, al menos, no haberse dejado arrollar por él.
 Pero esto es como jugar a matar marcianitos, en la videoconsola, sabiendo que, tras los matados, los próximos serán más y vendrán más rápidos, y que, al final, seremos vencidos, pero ¿quién va a privarme del placer de estar jugando y venciendo, aun siendo consciente de la derrota final?
¿Y ese placer de haberse superado a si mismo, llegando a un nuevo récord?

Saber que, mientras el obstáculo no sea la muerte, siempre podemos empujar y hacer frente a cualquier obstáculo.
El mero placer de moverlo, de removerlo, de empujarlo, de no dejarse aplastar.

Sé que yo y los míos, mis seres queridos, mi “círculo sagrado” llegará el día en que no podremos seguir juntos, pero no bajaré la guardia, y lucharé para que eso no ocurra.
En esa simple lucha hay felicidad de la presencia estirada.

¿No estará renunciando a la verdadera felicidad el que cree que, un día, por los servicios prestados, como en un ascensor, será llevado a lo alto de la montaña, desde la que contemplar el amplio horizonte, en vez de hacer senderismo, felicitándose de hacerlo, y mientras lo hace, conscientes de que nunca llegarán al lugar desde el que divisar TODO el horizonte?

Pero, cuando asistes al espectáculo incomprensible de salvar a una Banca, cuyos banqueros la han arruinado, irresponsablemente, y se van con las manos limpias y los bolsillos llenos, y mientras la Educación…. y la Sanidad,…. y los Servicios Sociales… y el Paro…. y las Subvenciones…y los Impuestos,….. y las Tasas….. y los Salarios….. y las Pensiones…..

Criticarlo y luchar contra todos esos y más temores, con el miedo de que nuestros hijos y nuestros nietos (y, también, nosotros) tengan que afrontar esos obstáculos contra los que, en mis tiempos, no estaban presentes o, al menos, no tanto como en el presente.

Luchar contra todos estos miedos es lo que nos invita y nos incita a vivir, a filosofar, a buscar la manera de salir vivos de todos estos demonios que están echándonos las manos al cuello y poniéndonos, constantemente, zancadillas.

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