domingo, 26 de febrero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (44-4) ECONOMÍA

“Como he dicho en más de una ocasión, hay, básicamente, dos clases de economistas: LOS QUE SE DEDICAN A HACER MÁS RICOS A LOS RICOS Y LOS QUE NOS PREOCUPAMOS POR HACER MENOS POBRES A LOS POBRES”

Frase frontispicia para la posteridad y que siempre irá ligada, unida, al nombre de J.L. Sampedro.

Estamos acostumbrados a llamar al Norte “ricos” y al Sur “pobres”, pero hay muchos pobres entre los pocos ricos del Norte y algunos “ricos muy ricos” entre los muchos pobres del Sur.
No todo es tan fácil. Los puntos cardinales no son identificativos totalmente.

“No estoy muy seguro de que la economía sea realmente una ciencia. Pero eso es otra historia”

ANECDOTARIO HISTÓRICO

A finales de la década de los 50 vino el Plan de Estabilización, en el que unos pocos economistas tuvimos un papel decisivo.
Llegó un momento en que la política económica seguida por el régimen había ido acabando con las reservas de divisas y casi llegamos a estar en quiebra, lo que atrajo la atención de expertos extranjeros del Fondo Monetario Internacional.
Hubo una persona que se dio cuenta de la oportunidad.
Como pasa tantas veces, se habla mucho más de otros, pero el verdadero artífice, digamos el detonador, fue Juan Sardá.
Juan Sardá era un catedrático de economía de antes de la guerra, de los que habían tenido que huir al exilio y lograron retornar.
Aunque no logró ser repuesto en la Universidad, sí consiguió un trabajo en el Banco de España y pudo hablar con estos señores extranjeros.
Tuvo el buen criterio de plantear la cuestión al Ministro de Hacienda y la suerte de que el Ministro tuviera la sensatez de aceptar las cosas con realismo.
Se designó a un grupo de economistas españoles, entre los que me encontraba, para sentarse a hablar con el grupo de economistas del Banco Mundial y de la OECE (Organización Europea de Cooperación Económica, fundada originalmente a raíz del Plan Marshall de los americanos.
(…)
El Plan de Estabilización es, sencillamente, la transformación de una economía que funcionaba con cien mil cajas y sistemas especiales, en base a lo que llamaban la “autarquía”, en una economía más civilizada, en la línea de lo que se hacía en Europa.
Cuando nos pusimos a estudiar todas las medidas con la idea de unificación nos encontramos con auténticas barbaridades.
Por ponerles un ejemplo: existía una disposición en virtud de la cual la carne de caballo se reservaba para las viudas y huérfanos de la guerra.
Increíble; aparte de que en España no había costumbre de comer carne de caballo, la medida pudo tener algún sentido en la inmediata posguerra, pero en el 57 era sencillamente un disparate.
Otra disposición eximía a los fabricantes de churros y patatas fritas al aire libre, en las ferias, de un determinado artículo del reglamento regulador de la actividad. Y cuando acudimos al reglamento mencionado nos encontramos que el artículo en cuestión obligaba a tener salida de humos al exterior.
Evidentemente, el que fríe los churros en la calle no necesita salida de humos al exterior.
Y así, todo.
Era demencial.
La peseta tenía treinta y tantos cambios diferentes.
Según la mercancía que se importara, elñ dólar valía una cantidad distinta: las anchoas en lata tenían un cambio, pero enrolladas con una alcaparra dentro tenían otro.
Ríanse, ríanse, pero esto es así.
Y había calado tanto en algunas cabezas que un día, hablando con un alumno que terminaba la carrera y buscaba trabajo, el chico me dice: “eso de los cambios especiales está muy bien, ¿cómo se las arreglaban los españoles cuando la peseta tenía sólo un cambio?.
De modo que al pobre chaval le parecía increíble tener un solo cambio, pero tener treinta y dos le parecía algo buenísimo.
Verdaderamente demencial.

Pero el Plan de Estabilización se abrió camino en medio de aquel caos (…)


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