Creo que era un médico barcelonés el que decía que su
hospital, los lunes, estaba poblado de personas maduras pero ya muertas por la
práctica de deportes inadecuados el fin de semana.
¡Los ejecutivos suelen morir
de tenis o de pádel intensivo¡
Una juventud inventada por
gente no joven, que quiere vivir instalados en un territorio que fue, pero que
ya no es, el suyo.
Ver tanta gente mayor
aparcada en tanta Clínica de Cirugía Estética es una contradicción viviente.
Los que se resisten a aparecer como deben ser, hipotecando un riñón para
subirse unos pechos y dando el callo y perder el pellejo para poder estirarse
la piel. Como si las arrugas no fuesen la carta de presentación de haber
vivido, como si la botella a medias no fuese la señal de haberse ya bebido (y
vivido) lo que falta en ella.
Querer inmovilizar lo
biológico corporal, caminando por la biografía vital, es como querer parar un
río con una presa y seguir llamándolo río.
Si la vida es una cadena,
¿por qué negar ser sólo, en cada momento, un eslabón de la misma?. Es como si
el curso del año quisiera ser sólo una eterna primavera, ¿Dónde quedan la nieve
y las otoñadas, y esas horas en la mesa camilla, con las faldillas hasta la
garganta y con el brasero reparador?. ¿Es que no es el abrigo el complemento
del bañador en el viaje anual?. ¿Es que no es riqueza la variedad de estaciones?.
Uno de los reproches que los
jóvenes nos lanzan es el que los viejos, ya, somos “inútiles”.
Mienten o se equivocan.
Imposible.
Productivos lo fuimos, ya no
tenemos que serlo, pero ¿útiles?. Muy útiles, vaya que sí (que se lo pregunten
a nuestros hijos y nietos)
Aunque ya el sabio
Aristóteles nos recordaba que la utilidad es un valor de 2º orden, un valor
relativo, un valor secundario, subordinado al fin para el que es útil.
Un bolígrafo es útil si vale
para escribir, si no, no vale para nada.
La utilidad es un valor
dependiente, depende de la meta a la que se quiere llegar, al fin que se
pretende conseguir.
Ser sólo útil es considerarse
sólo como medio. Lo fundamental es el fin, el ser, la persona.
Además, útil ¿para qué?. ¿Útil para quién?.
Esta hipócrita sociedad nos
llama “mayores”, “3ª edad” ( no dice “y última”, luego después hay más edades),
como si evitar la palabra “vejez” supusiera un beneficio para nosotros. (En
otro artículo he expuesto mis reflexiones sobre el concepto mítico-mágico de la
palabra, como si al Decirla se Cumpliera, se Hiciera; por lo tanto, si no digo
“Vejez” no se Da, no Existe la
Vejez ).
El grande, admirado y no ha
mucho fallecido, José Luis San Pedro, le decía a una periodista: “No, tu pon
“viejo”, llámame “viejo”. Yo soy un viejo que vive mejor que antes de serlo por
muchas cosas: No necesito mirar el reloj, soy dueño absoluto del tiempo desde
que me levanto, dedico todo el tiempo a lo que más me gusta, leer y escribir,
encima me pagan por dar conferencias, por escribir libros; y a fin de mes me
ingresan en la cuenta una pensión, por no trabajar. Vivo mejor que antes, y
todo porque dicen que ya soy viejo. ¡Bendita vejez¡”.
Yo, como todos sabéis,
también opino exactamente lo mismo. No sé Uds.
Somos personas libres, autónomas,
con iniciativas, alegres.
Nosotros no somos unos
parásitos sociales.
Cuando trabajábamos, una
parte de nuestro sueldo se destinaba a pagarles las pensiones a los mayores de
entonces.
Los trabajadores de ahora,
una parte de su sueldo está destinada a pagarnos las pensiones a los mayores de
ahora.
Ésas son las reglas del juego
al que se juega en la sociedad capitalista en la que estamos. Y no lo vemos
mal.
¡Por favor, si alguna vez os
cabreáis, por lo que sea, en un Centro de Salud, no les digáis a médicos, enfermeras o auxiliares eso
de: “oiga, que a Ud. le estoy yo pagando el sueldo”, porque no es verdad.
Más aún, son ellos los que te
están pagando a ti la pensión con las retenciones que se les hace a su nómina.
Tenemos una sociedad, ésta en
que vivimos, que está estructurada sobre récords.
Aquí tienes que ser el mejor
en algo para ser alguien.
Tienes que destacar para que
te miren.
Tubo a escape libre y música
agresiva.
Personajillos de tres al
cuarto, afamados por razones irracionales o sin razón alguna que, con un
micrófono en la mano, en su incultura, se erigen en catedráticos de la nada,
pontificando en su verborrea.
Una sociedad de escaparate,
en la que si no se te ve, parece que no existes.
Una sociedad de la velocidad
en la que lo de ayer ya no se lleva y lo de hoy ya lo puedes tirar porque se te
está quedando anticuado en los hombros.
Hay que ir a la última, que,
en cuanto te lo pongas, ya no es última sino penúltima.
¡Anda ya¡. Hombre. Seguid
intentando engañar a los inmaduros, que a nosotros no, a mí, por lo menos, no.
Me pregunto si no somos, para
los jóvenes, el antiespejo. Algo así como la careta diabólica del estado de su
divina juventud.
Nuestra presencia parece que
les resulta insultante porque nos ven como agarrados a una muerte más o menos
lejana, pero a la vista, mientras que ellos no quieren pasar y quieren permanecer
en su inmovilidad juvenil.
Somos, con nuestra presencia,
como un recuerdo de lo que serán. Recuerdo molesto.
¿De verdad que somos un
insulto, inútiles y, además, resultamos costosos?.
Ni somos enfermos, ni somos
pecadores por el simple hecho de cumplir años. Lo normal es que, después de
haber vivido muchos años, se nos noten esos años vividos, seamos viejos.
No hay otra manera de llegar
a viejo –como he afirmado antes- que cumplir años.
¡Benditos cumpleaños¡.
Pero, hablando de “utilidad”.
En el mundo actual “utilidad” equivale a “eficacia”. En este sentido los viejos
ya no somos muy eficaces, porque, en este caso por “eficacia” se entiende sólo
“eficacia material”, con creación de bienes materiales, con productividad y
producción de cosas. Y nosotros, nos hemos apeado o nos han apeado de la cadena
productiva. Ya no somos productivos.
¡Bendito sea Dios¡
Pero es que hay otros tipos
de “utilidad”, además de la material. ¿Qué decir de la utilidad ética, de la
utilidad familiar, de la utilidad social?.
Las puertas de los colegios,
tanto a la entrada como a la salida de las clases, están llenas de abuelos.
¿Por qué?.
¿No somos útiles
familiarmente?. ¿Y muchos fines de semana?. ¿Y los puentes y las vacaciones?.
¿Somos inútiles para nuestros hijos?.
¡Por Dios¡.
¿Y los hoteles, restaurantes,
empresas de autobuses, museos, chiringuitos,…?. ¿Quiénes mantienen esos puestos
de trabajo en temporada baja cuando el turista está en su tierra “amarrado al
duro banco del trabajo”?.
¿Qué era el Senado y los
Senadores sino los Senectos que eran elegidos porque su sabiduría, su
experiencia, su prudencia, era la mejor garantía para el gobierno de la
sociedad?.
Hoy no. Hoy hay que producir
mucho, producir más que el vecino, producir más de prisa que él, mejor que él.
Hay que ganarlo, derrotarlo, arruinarlo. Que cierre.
La competitividad.
Ésta es la radiografía del
mundo en que vivimos. Y para que no se pare ese ritmo productivo endiablado,
hay que comprar, hay que adquirir cosas. El mundo del tener. Tener cosas. Tener
más cosas. Acaparar. Almacenar.
Habitamos en un gran almacén
lleno de cosas. Y se te valora por cuántas cosas y qué tipo de cosas tienes y
por el tiempo que has tardado en conseguirlas. Tener mucho, de calidad y en
poco tiempo: he ahí el héroe moderno.
En ese sentido, yo al menos, soy el antihéroe porque ¡hay que
ver las pocas cosas que tengo, el esfuerzo que me ha costado y tanto tiempo
para conseguir esto poco que tengo¡.
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