jueves, 7 de enero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (3)


        Creo que era un médico barcelonés el que decía que su hospital, los lunes, estaba poblado de personas maduras pero ya muertas por la práctica de deportes inadecuados el fin de semana.
¡Los ejecutivos suelen morir de tenis o de pádel intensivo¡

Una juventud inventada por gente no joven, que quiere vivir instalados en un territorio que fue, pero que ya no es, el suyo.

Ver tanta gente mayor aparcada en tanta Clínica de Cirugía Estética es una contradicción viviente. Los que se resisten a aparecer como deben ser, hipotecando un riñón para subirse unos pechos y dando el callo y perder el pellejo para poder estirarse la piel. Como si las arrugas no fuesen la carta de presentación de haber vivido, como si la botella a medias no fuese la señal de haberse ya bebido (y vivido) lo que falta en ella.
Querer inmovilizar lo biológico corporal, caminando por la biografía vital, es como querer parar un río con una presa y seguir llamándolo río.

Si la vida es una cadena, ¿por qué negar ser sólo, en cada momento, un eslabón de la misma?. Es como si el curso del año quisiera ser sólo una eterna primavera, ¿Dónde quedan la nieve y las otoñadas, y esas horas en la mesa camilla, con las faldillas hasta la garganta y con el brasero reparador?. ¿Es que no es el abrigo el complemento del bañador en el viaje anual?. ¿Es que no es riqueza la variedad de estaciones?.

Uno de los reproches que los jóvenes nos lanzan es el que los viejos, ya, somos “inútiles”.
Mienten o se equivocan.
Imposible.
Productivos lo fuimos, ya no tenemos que serlo, pero ¿útiles?. Muy útiles, vaya que sí (que se lo pregunten a nuestros hijos y nietos)

Aunque ya el sabio Aristóteles nos recordaba que la utilidad es un valor de 2º orden, un valor relativo, un valor secundario, subordinado al fin para el que es útil.
Un bolígrafo es útil si vale para escribir, si no, no vale para nada.
La utilidad es un valor dependiente, depende de la meta a la que se quiere llegar, al fin que se pretende conseguir.
Ser sólo útil es considerarse sólo como medio. Lo fundamental es el fin, el ser, la persona.

Además, útil  ¿para qué?. ¿Útil para quién?.

Esta hipócrita sociedad nos llama “mayores”, “3ª edad” ( no dice “y última”, luego después hay más edades), como si evitar la palabra “vejez” supusiera un beneficio para nosotros. (En otro artículo he expuesto mis reflexiones sobre el concepto mítico-mágico de la palabra, como si al Decirla se Cumpliera, se Hiciera; por lo tanto, si no digo “Vejez” no se Da, no Existe la Vejez).

El grande, admirado y no ha mucho fallecido, José Luis San Pedro, le decía a una periodista: “No, tu pon “viejo”, llámame “viejo”. Yo soy un viejo que vive mejor que antes de serlo por muchas cosas: No necesito mirar el reloj, soy dueño absoluto del tiempo desde que me levanto, dedico todo el tiempo a lo que más me gusta, leer y escribir, encima me pagan por dar conferencias, por escribir libros; y a fin de mes me ingresan en la cuenta una pensión, por no trabajar. Vivo mejor que antes, y todo porque dicen que ya soy viejo. ¡Bendita vejez¡”.

Yo, como todos sabéis, también opino exactamente lo mismo. No sé Uds.

Somos personas libres, autónomas, con iniciativas, alegres.
Nosotros no somos unos parásitos sociales.
Cuando trabajábamos, una parte de nuestro sueldo se destinaba a pagarles las pensiones a los mayores de entonces.
Los trabajadores de ahora, una parte de su sueldo está destinada a pagarnos las pensiones a los mayores de ahora.
Ésas son las reglas del juego al que se juega en la sociedad capitalista en la que estamos. Y no lo vemos mal.

¡Por favor, si alguna vez os cabreáis, por lo que sea, en un Centro de Salud, no les  digáis a médicos, enfermeras o auxiliares eso de: “oiga, que a Ud. le estoy yo pagando el sueldo”, porque no es verdad.
Más aún, son ellos los que te están pagando a ti la pensión con las retenciones que se les hace a su nómina.

Tenemos una sociedad, ésta en que vivimos, que está estructurada sobre récords.
Aquí tienes que ser el mejor en algo para ser alguien.
Tienes que destacar para que te miren.
Tubo a escape libre y música agresiva.

Personajillos de tres al cuarto, afamados por razones irracionales o sin razón alguna que, con un micrófono en la mano, en su incultura, se erigen en catedráticos de la nada, pontificando en su verborrea.
Una sociedad de escaparate, en la que si no se te ve, parece que no existes.
Una sociedad de la velocidad en la que lo de ayer ya no se lleva y lo de hoy ya lo puedes tirar porque se te está quedando anticuado en los hombros.
Hay que ir a la última, que, en cuanto te lo pongas, ya no es última sino penúltima.

¡Anda ya¡. Hombre. Seguid intentando engañar a los inmaduros, que a nosotros no, a mí, por lo menos, no.

Me pregunto si no somos, para los jóvenes, el antiespejo. Algo así como la careta diabólica del estado de su divina juventud.
Nuestra presencia parece que les resulta insultante porque nos ven como agarrados a una muerte más o menos lejana, pero a la vista, mientras que ellos no quieren pasar y quieren permanecer en su inmovilidad juvenil.
Somos, con nuestra presencia, como un recuerdo de lo que serán. Recuerdo molesto.

¿De verdad que somos un insulto, inútiles y, además, resultamos costosos?.

Ni somos enfermos, ni somos pecadores por el simple hecho de cumplir años. Lo normal es que, después de haber vivido muchos años, se nos noten esos años vividos, seamos viejos.
No hay otra manera de llegar a viejo –como he afirmado antes- que cumplir años.
¡Benditos cumpleaños¡.

Pero, hablando de “utilidad”. En el mundo actual “utilidad” equivale a “eficacia”. En este sentido los viejos ya no somos muy eficaces, porque, en este caso por “eficacia” se entiende sólo “eficacia material”, con creación de bienes materiales, con productividad y producción de cosas. Y nosotros, nos hemos apeado o nos han apeado de la cadena productiva. Ya no somos productivos.
¡Bendito sea Dios¡

Pero es que hay otros tipos de “utilidad”, además de la material. ¿Qué decir de la utilidad ética, de la utilidad familiar, de la utilidad social?.

Las puertas de los colegios, tanto a la entrada como a la salida de las clases, están llenas de abuelos. ¿Por qué?.
¿No somos útiles familiarmente?. ¿Y muchos fines de semana?. ¿Y los puentes y las vacaciones?. ¿Somos inútiles para nuestros hijos?.

¡Por Dios¡.

¿Y los hoteles, restaurantes, empresas de autobuses, museos, chiringuitos,…?. ¿Quiénes mantienen esos puestos de trabajo en temporada baja cuando el turista está en su tierra “amarrado al duro banco del trabajo”?.
       
¿Qué era el Senado y los Senadores sino los Senectos que eran elegidos porque su sabiduría, su experiencia, su prudencia, era la mejor garantía para el gobierno de la sociedad?.

Hoy no. Hoy hay que producir mucho, producir más que el vecino, producir más de prisa que él, mejor que él. Hay que ganarlo, derrotarlo, arruinarlo. Que cierre.
La competitividad.
Ésta es la radiografía del mundo en que vivimos. Y para que no se pare ese ritmo productivo endiablado, hay que comprar, hay que adquirir cosas. El mundo del tener. Tener cosas. Tener más cosas. Acaparar. Almacenar.
       
Habitamos en un gran almacén lleno de cosas. Y se te valora por cuántas cosas y qué tipo de cosas tienes y por el tiempo que has tardado en conseguirlas. Tener mucho, de calidad y en poco tiempo: he ahí el héroe moderno.

        En ese sentido, yo al menos, soy el antihéroe porque ¡hay que ver las pocas cosas que tengo, el esfuerzo que me ha costado y tanto tiempo para conseguir esto poco que tengo¡.

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