jueves, 13 de agosto de 2015

MARÍA MAGDALENA ( Y 19) LA FUERZA ESPIRITUAL



¿Qué pasó para que tras el miedo, la huida y la estancia escondida, por temor a ser descubiertos e identificados como seguidores del condenado y crucificado, tras no haber creído en la palabra de la Magdalena de que había resucitado, les invadiera un entusiasmo tal que comenzaran a predicar las palabras del Maestro, no sólo exponiéndose al peligro sino hasta ser martirizados?

¿Cómo pasar de estar amedrentados, atemorizados y temerosos ante la ignominiosa muerte de su jefe, a sentirse, de la noche a la mañana, invadidos por una fuerza, por un empuje inusitado?
¿Quién les liberó del terror del día anterior, temiendo ser colgados de un madero, a sentirse fuertes y seguros?
¿Qué fue lo que trocó la desilusión en entusiasmo?

La respuesta que, siempre, ha dado la Iglesia es una respuesta basada en la fe: el Espíritu Santo los transformó.
Es una explicación teológica.
¿Pero y desde el punto de vista histórico?

Sabemos que eran hombres sencillos, la mayoría de ellos pescadores del lago de Tiberiades, poco instruidos, poco acostumbrados a los misterios religiosos y que no acababan de entender aquella aventura del Maestro.
No lo entendían, pero lo seguían fielmente, por la fuerza de su palabra, por su carisma, por su superioridad.
Tan no lo entendían cuando les hablaba del “reino” que lo entendían como un reino material y se pegaban codazos por ocupar los mejores puestos en él, con madre (de Santiago y Juan, los del Zebedeo) de recomendación incluida.
Y ante la cara dura de la madre, con el beneplácito de sus hijos, queriendo copar y ocupar los puestos de preferencia, la respuesta (incomprensible para ellos) de que el que quiera ser el primero, que sea el último, y que el que quiera ser servido, que sirva, que el que quiera ser grande, que sea pequeño…

¿Cómo iban a entender que en ese futuro Reino de Dios nadie iba a ser más que nadie, que todos eran iguales, hijos de Dios, sin distinción entre varones y mujeres, entre ricos y pobres, entre señores y esclavos,…?

Y aunque el Maestro, muchas veces, les hablaba en y con parábolas, para que mejor lo entendieran, seguían sin enterarse.
“Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me veréis” –les decía y se preguntaban qué querría decir con eso, y qué era ese “poco”.

No entendían que les estaba hablando de su muerte y de su resurrección.

“En verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis y el mundo se alegrará. Estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”.

Incluso les pone el ejemplo de la mujer cuando va a dar a luz, del dolor, del lloro, del lamento ante el próximo parto y la alegría cuando el bebé está ya en sus brazos, el paso del dolor al gozo.
“También vosotros estaréis tristes, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Juan 16, 21-22)

“Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios” (Juan 16, 29-30)

Y el jarro de agua fría: “¿De verdad ahora creéis? Pues sabed que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado, y me dejaréis solo….”

Y no lo entienden.

Pero el Maestro intuye su degradante y ofensivo final y comprende que sus aterrorizados discípulos lo abandonarán, en el momento de la muerte. Y así fue.
Intenta prevenirles de lo que va a ocurrir, de lo que van a sufrir, pero les deja abierta la puerta de la esperanza. Tendrán otro tipo de gozo en medio de las tribulaciones.

Y él sabe que uno lo entregará, que otro lo negará y que todos lo abandonarán, pero se consuela repitiendo que no va a quedarse solo porque su Padre Dios está con él.
Ni él sabía que el momento de la muerte iba a ser mucho más duro de lo que él pensaba.
Y gritará a Dios por qué lo ha abandonado.

Jesús, en el momento de morir no sólo sintió el dolor físico de la cruz, sino el dolor humano de sentirse abandonado por los suyos (tan sólo había tres mujeres, tristes y llorosas, y dos ladrones como testigos, igualmente crucificados) y el “dolor divino” de sentirse abandonado por su Padre Dios.

Es el grito de la soledad suprema: “Eloí, Eloí, lamá sabajzaní”.

Tampoco la Magdalena estaría muy segura de la resurrección cuando, en la mañana del domingo, acudió con todos los ingredientes para tratar el cadáver.
O quizá si lo creyera, porque él siempre había cumplido su palabra, pero no tenía ni idea de cómo podía ser eso.
Lo cierto es que no tuvo miedo, al menos como los apóstoles, porque también las mujeres podían ser crucificadas y ella iba a tratar el cadáver de un condenado político, lo que hacía sospechosa de complicidad.
Ella fue la primera testigo de la resurrección y los apóstoles ni se lo creyeron ni la creyeron, quizá porque, al estar enamorada, el amor la hacía ver visiones, confundir el deseo con la realidad.

¿Por qué, sin embargo, a los pocos días los apóstoles sufren una transformación, trocando el miedo en valentía y la pusilanimidad en desafío?
¿Fueron causas humanas las que pudieran haber intervenido o sólo causas sobrenaturales, como siempre la Iglesia ha defendido?
Si hubiera habido alguna intervención humana en ello, con toda seguridad sería a través de la Magdalena.
Quizá, como dicen los especialistas en comportamiento humano, la fuerza de quien, de verdad, cree en algo, con el corazón, puede ser, en ocasiones, muy superior a la fuerza que sólo se basa en el raciocinio.

Los evangelistas no se ponen de acuerdo quién o quiénes estaban a los pies de la cruz, para alguno eran varias mujeres, para otro eran sólo tres: María, la madre del crucificado, María de Cleofás, hermana de su madre (lo que hace que Joaquín y Ana no fueran padres de sólo una hija) y por tanto, tía del condenado y María Magdalena. Para otro también estaba “el discípulo amado” (a no ser que la expresión “la discípula amada” fuera masculinizada, en ese afán de apartar a las mujeres de los primeros planos).
Pero todos, los cuatro, coinciden en que la que sí estaba era María Magdalena.

¿Y quién o quiénes fueron el primer día de la semana, la mañana del domingo, a la tumba?

.- Según Mateo, fueron María Magdalena y la otra María (Mateos 28,1).
.- Según Marcos fueron María Magdalena, María, la de Santiago y Salomé (Marcos 16, 1).
.- Según Lucas fueron María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas (Lucas 24, 10)
.- Según Juan sólo María Magdalena (Juan 20, 1)

(Para un ateo o antiteo o agnóstico llamar “revelados” a cuatro evangelios y que en algo tan simple digan cosas distintas, sería causa de confirmación en su postura).

Pero en todos aparece la Magdalena, además en primer lugar, como la protagonista en la escena.
Y para Juan fue a ella solamente a quien se le apareció resucitado (y la escena del “noli me tangere”)

¿Logró María Magdalena, con esa fuerza inmensa del amor, el cambio en la actitud de los apóstoles? Como causa natural es la explicación más viable (si alguien cree que era el Espíritu Santo está en su derecho a creerlo, pero ya no sería una causa natural, humana, sino sobrenatural).

¿Y qué palabras utilizaría, qué gestos haría, cuál sería la fuerza de su mirada y el tono de su voz, para que se operase la transformación en los discípulos?
¿Podría la pasión de una enamorada haberlo conseguido?

“He visto al Señor”.

Después comenzaron a multiplicarse las apariciones del Maestro
“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos” (Juan 20, 19)

Pero “por la tarde”, María Magdalena había ido “al alba, cuando todavía reinaba la oscuridad, con una antorcha”.
Y, por la mañana, se lo cuenta a los apóstoles, que no la creyeron. Y por la tarde se les aparece el resucitado.

María no había mentido. Jesús no estaba muerto. Había estado muerto, pero había resucitado.

¿Qué de extrañar es que fuera ella la líder indiscutible de las primeras comunidades cristianas?

Hasta que la operación político-religiosa decidió relegarla al olvido o, al menos, disminuir su importancia y liderazgo, convirtiéndola en una vulgar prostituta de la que Jesús tuvo compasión y a la que perdonó sus viejos pecados de sexo y de la que, estando, también, endemoniada, le sacó 7 demonios.

Una traición que hoy comienza a revelarse y que obligará a revisar muchos recursos de la teología católica.

Y las preguntas se suceden.
¿Por qué no se le apareció, en primer lugar, a su madre María?
¿Por qué no se les apareció, en primer lugar, a los apóstoles?
¿Tiene sentido encomendar una misión a una persona (Pedro) y, sin embargo, elegir a otra (la Magdalena) para anunciar la resurrección?

¿No había dicho él que el varón, en el matrimonio, dejará a su madre y se unirá a su esposa y serán un solo cuerpo….?

¿No será que, lógicamente, se le aparezca, en primer lugar a la esposa, amada y amante?
¿No sería que la Magdalena tenía preferencia en lo afectivo, en lo intelectual, en lo religioso y en lo moral?

En una cultura en la que la mujer no era digna de crédito la elección de la Magdalena resulta sorprendente.


Para la Iglesia y para la  teología habría sido más cómodo que se le hubiera aparecido en primer lugar a su madre (aunque se ha llegado a afirmar que se le apareció a su madre “en privado”, lo que no consta en sitio alguno) o a los apóstoles, pero TODOS los evangelios quisieron dejar evidencia (o era tan notorio que no pudieron obviarlo) de que fue a la Magdalena a quien, en primer lugar, se le apareció el resucitado.

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