miércoles, 6 de noviembre de 2013

¿“HOMO SAPIENS” u “HOMO VIDENS”?.


 
Platón distinguía entre el “cosmos aiscetos” (mundo sensible), (el mundo de las realidades sensibles, el mundo de las cosas materiales, el que captamos por los sentidos) y el “cosmos noetós” (mundo inteligible), (el mundo de las Ideas, desde las Ideas Matemáticas a las Ideas de Verdad, Belleza, Justicia y, la más sublime de todas, la Idea de Bien).

Una vez instalados en el mundo sensible, es el sentido de la vista el sentido fundamental, porque es el que más mundo nos aporta. Podemos “ver” más cosas que “oír”. Y “oímos” más que “olemos”. “Olemos” más que “gustamos, saboreamos” y, en último lugar, el mundo más reducido es el del “tacto”, sólo lo que entra en “con-tacto” con nuestra piel, desde el roce hasta el porrazo.

El mundo más amplio es el “mundo visible”, el “cosmos oratós”.

Pero, naturalmente, el “mundo sensible” es inferior, en calidad y excelencia, al “mundo inteligible”. Es más importante “entender, saber, razonar…” que “sentir”.

Para Platón, pues, (como para casi todos los filósofos, a lo largo y ancho de la historia y de la geografía, el hombre es, sobre todo, un “HOMO SAPIENS”.

Pero, observemos a un niño. Un niño puede “VER y MIRAR”, aunque sea de forma confusa, aunque cada vez con más nitidez, mucho antes de “HABLAR”. Y, a lo largo de su vida, más del 80% de la información que recibe, a diario, le llega a través del sentido de la vista (sensación y percepción).

Es decir, nos relacionamos con el mundo, la cultura, la socialización, los estilos de vida,….mediatizados por la “imagen visual”

Giovanni Sartori (pensador que me encanta y al que sigo) señala cómo el “homo sapiens”, el hombre que piensa, producto de la cultura escrita y del Logos, ha pasado a convertirse en “homo videns”, el hombre que ve, que recibe estímulos visuales sin reflexionarlos demasiado.

LO “VISIBLE” HA SUSTITUIDO A LO “INTELIGIBLE” = VER sin ENTENDER.

Analicemos la TELEVISIÓN, la que, cuando nació, se decía que era un “espejo de la realidad” o “una ventana al mundo”.

Allí donde no llegan nuestros ojos llegan las cámaras de Televisión y, por una pantalla sagrada, ubicada en la parte más noble del salón (donde en otros tiempos estaría el Sagrado Corazón de Jesús) nos va “sirviendo la realidad real, pero a la que no podemos acceder presencialmente”.

“Lo he visto en la Tele”, “lo ha dicho la Tele”, “ha salido en la Tele”,…. Se ha convertido en el argumento de autoridad por excelencia de la verdad de un hecho. Es como si yo lo hubiera presenciado, realmente, (cuando sólo ha sido percibido por imágenes “enlatadas” y “servidas” por alguien, a quien no conozco y del que no sé sus intenciones.

Incluso se dice que “lo que no sale por la Tele no existe”, por ejemplo, tántas guerras étnicas en el corazón de África.

¿Son los medios de comunicación (sobre todo la Televisión) “espejos de la realidad” o “creadores de realidad”.

¿Cómo podemos estar seguros de que ocurrió aquella Guerra del Golfo, con aquel pato chapoteando en petróleo?. ¿No se supo, luego, que lo de ese pato fue en Alaska, pero que alguien/algunos estaban interesadísimos en que ese pato fuera irakí?.

¿Cómo podemos estar seguros de que “lo que dicen que existe, existe realmente?. ¿Disponemos de algún criterio de verificabilidad o constatabilidad o de falsación?. Estamos desarmados, a la intemperie. Tenemos que ser “o creyentes o escépticos”. Pero ¿tenemos alguna razón para ser una cosa o la otra?.

La presunta realidad se nos da. Siempre, “manipulada” y lo que percibimos, por muy “natural” que nos parezca, es el resultado final de innumerables procesos de selección por parte de alguien/algunos, interesados en que veamos eso y no lo otro (realidad, pues, parcial y descontextualizada), y lo veamos así y no “asao”.

Esos “manipuladores” de la realidad pueden tener, tras de sí, intereses políticos, o económicos, o comerciales, o publicitarios,….es decir, “quien manda es quien financia”.

Las imágenes, además, pasan ante nuestros ojos, tan cambiantes y a tal velocidad y, por si fuera poco, con intermedios publicitarios, estética y atractivamente creados, que no te da tiempo a “pensar”, a “reflexionar” en ellas. De lo contrario “perderías” las imágines siguientes. La lógica y el razonamiento quedan en “stand-by” ante el diluvio de imágenes que atraen, arrastran, tu atención.

El resultado es una “cultura superficial y frívola” (siempre con las correspondientes excepciones, que salvan la total frivolidad).

Se dice que la información visual llega, de forma bastante directa, al paleocórtex, la esfera más instintiva del cerebro humano, la que compartimos con los animales, donde reside el frío, el calor, el miedo, la euforia,…. (Lorenz dixit).

Según los neurólogos nuestro cerebro no está diseñado biológicamente para hacer frente a impactos de tanta imagen en movimiento, por lo que baja la guardia, se deja inundar y le cuesta mucho esfuerzo discriminar los mensajes. Nos lo tragamos todo, y sin digerirlo.

Es decir, que la imagen, aunque apela al consciente, es percibida por el inconsciente, donde se alberga lo instintivo, lo irracional, lo visceral,…

También nosotros, los adultos, estamos infectados de esa enfermedad, tan presente en los alumnos: “huir del esfuerzo”.

Optamos por “ver” la película, en el cine, con cerveza y palomitas, o en la Tele, en el sofá, en zapatillas, con palomitas, cerveza, aceitunas y una tapita de jamón a ir desgranando, poco a poco, la novela, “meditándola, reflexionando, pensando”.

Es más cómodo “ver” que “pensar”.

El “original” su(b)stituido por el “sucedáneo”

¡Como si la “historia vista” en 90 minutos fuera un espejo de la “historia escrita y leída durante días”¡

El método, pues, para “atrapar” al receptor, es no hacerlo pensar demasiado, sino sorprenderlo, divertirlo, emocionarlo, asustarlo, distraerlo,… y, al terminar, “End” o apagamos la Tele y mañana apenas nos acordaremos de lo visto porque se nos tiene preparada otra riada de imágenes que…

Cultura del kleenex, de usar y tirar (pero que, para poder usarlos y tirarlos, tienes que haberlos comprado, previamente, que es lo que se proponía el que había financiado el programa)

Y tú, y yo, gilipollas, sin enterarnos.

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