lunes, 11 de febrero de 2013

LA VIOLENCIA (1)

Una de las mayores tonterías que he oído y oigo, constantemente, es esa de: “condenamos la violencia, venga de donde venga”.

¡Qué memez¡ !Qué ingenuidad¡

Y el problema es que quien lo dice o lo escribe quiere aparecer como una persona exquisitamente moral.

¡Qué ignorancia! o ¡qué hipocresía¡

Ignora que no vivimos en una sociedad angelical, sino de hombres. Y en esta sociedad de hombres hay “de tó”: personas buenas, menos buenas, regulares, malas y mediopensionistas,

Si dejáramos a la naturaleza libre, y a su aire, Hobbes tendría toda la razón: “el hombre es un lobo para el hombre”, y el más poderoso tendría derecho a todo, porque “puede” y tiene poder, y el impotente no tendría derecho a nada porque nada puede, carece de poder.

¿Qué ocurre en la selva? ¿Quién es el rey?, ¿por qué? ¿Cuál es el derecho del cervatillo ante el tigre o la pantera?, ¿y el ciervo cojo, o viejo, o medio cegato? ¿Cuál es su derecho ante animales cazadores hambrientos?

Sin embargo, en la sociedad, el sordo, el viejo, el ciego,….tiene/goza/disfruta de los mismos derechos humanos que el que oye, que el joven, que el que ve.

Si los hombres inventaron la política fue para corregir la hostilidad de la naturaleza.

Será la cultura la que hará que los hombres no se tomen la justicia por su mano, sino poner en manos de un tercero la solución a los problemas de ambos.

Renunciar a la Fuerza como Derecho por apostar por la Razón como Derecho. Ese fue el comienzo de la sociedad civil y del Estado.

Renunciar al uso individual de la fuerza y reconocer al Estado como único garante de la paz y de la justicia, detentando legítimamente, y en exclusiva, todo el Poder:

1.- Imponer tanto normas de obligatorio cumplimiento como normas prohibitivas (LEGISLAR).

2.- Cumplirlas y hacerlas cumplir (GOBERNAR).

3.- Dictaminar quiénes las cumplen y quienes no, para dejarlo en paz o para imponerle una pena, desde la multa a la pena de muerte, pasando por la prohibición de libertad (cárcel) (JUZGAR)

¿Cómo vamos a condenar la violencia legal, por parte del Estado, si acabamos de depositar en él el derecho a que la use legalmente?

¿Cómo van a ponerse en el mismo platillo de la balanza  la violencia ejercida individualmente (de un capo, o de un terrorista, por ejemplo) como la ejercida por el todo de la sociedad, depositada en el Estado?

“Condenar la violencia, venga de donde venga” = solemne tontería, adanismo infantiloide, buenismo angelical.

¿Cómo va a ser igual el policía que el matón, la violencia pública que la violencia privada?

Como cuando, tontamente, se afirma, en voz alta: “toda violencia engendra violencia”.

La violencia privada engendra más violencia privada, en una escalada de violencia y de venganza. Pero ¿en la violencia del Estado, representado por la policía y los cuerpos y fuerzas de seguridad?

Lo que se intenta, precisamente, es cortar la “posible venganza y su consecuente violencia”.

Es verdad que la violencia pública, el policía, el guardia civil, pueden extralimitarse, sobrepasarse, actuar fuera, más acá o más allá, de la ley. Pueden hacerlo, aunque no deberían hacerlo, y si han incumplido la ley, que se les castigue.

¿Violencia institucional? SÍ, pero no a discreción, sino muy acotada por leyes justas.

Siempre, y sobre todo, el imperio de la ley (se sobreentiende que “ley justa”, porque si no….)

La definición clásica de ley, desde Aristóteles, es “orden racional, orientada a conseguir el bien común, dada/ordenada/dictada por la autoridad legítima, la que está al mando/cuidado de la comunidad”.

 Una “ley privada” o “privilegio” no puede, pues, ser una “ley”, como tal.

No quiero elegir, pero si tuviera que rechazar una de las dos injustas violencias, la privada o la pública, diré que es más disculpable la violencia privada, de un ciudadano, que la pública, de un policía que se sobrepasa, porque la violencia de este último está destinada, precisamente, a proteger a los ciudadanos.

Imaginemos a un pacifista radical (¿matar?, ni a una mosca) y a un terrorista actuando y matando personas, muchas veces de manera indiscriminada, ¿No debería estar a favor de la vida de esos inocentes?

¿No es una contradicción ser pacifista radical y total? ¿Dónde queda la “legítima defensa”?, ¿o tampoco ésta?

Si no se defiende, ¿se le puede acusar de responsable de la muerte de su familia o de ponerla en peligro? O ¿incluso tener que matar para no morir? ¿Arriesgarse a morir por no tener que matar, aunque los míos mueran también?, ¿dejarse desollar como cordero en matadero? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para ser consecuente con su postulado inicial?

ADANISMO, ANGELISMO, INGENUIDAD.

Mientras la “violencia privada” mira por su propia vida y, si es necesario, con muerte ajena, la “violencia pública” mira por la vida de todos los ciudadanos y es la defensa de éstos la que debe estar en manos de quien ha sido, legalmente, autorizado para ello.

¿Qué hacer ante un déspota o un criminal, que no se avienen a razones ni a súplicas?

“Violencia Pública” SÍ, pero legítima.

Si hubiera que elegir si “obrar por convicción” u “obrar según las consecuencias” ¿qué harías tú? ¿Ser consecuente con tus ideas (como el pacifista) o ser consecuente con las consecuencias? (no morir ni dejar que mueran otros)

Suscribo el aserto de un autor que no conocía: “has de resistir al mal con la fuerza, pues, de lo contrario, te haces responsable de su triunfo”

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