viernes, 25 de agosto de 2017

EL AMOR CORTÉS (Y 2)

El “amor cortés” es una reacción de un sector de la sociedad feudal contra esa valoración negativa de la dimensión sexual humana.
Buscan erotismo asociado a amor, lo que supone una ideología subversiva pero es una Tercera Vía que rompe el fijismo de las dos alternativas o caminos que la sociedad patriarcal y los teólogos habían decidido para la mujer.

Digámoslo en palabras populares: “hacer el amor (o follar) con la persona que desean, sin obligación, sino por gusto y libremente, sin permiso de padres, maridos o curas”

Si se lo denomina “amor cortés” es porque proviene y se da en la corte, fueron propuestas de la nobleza, ideales, tanto de ellos como de ellas y le dieron un nombre: “el servicio de amor”.
 Esta tercera vía era el escape de la mujer al dominio que sobre su vida y sus sentimientos de la sumisión paterna, con ideología religiosa o no, y que, como toda represión llevó a la imaginación femenina a buscar caminos acordes con sus deseos, que no hipotecaran su libertad y le permitieran gozar del amor elegido por ellas, y de una manera libre, que no comportara las cargas del matrimonio y de la responsabilidad del hogar, de la maternidad y del cuidado de los hijos.

Floreció en la corte, pero el pueblo sencillo lo tenía a mano para contemplarlo también en sus intimidades, porque los criados y las doncellas, del pueblo, estaban al tanto de ellos, siendo muchas veces cómplices, mediadores y correos para concertar entrevistas o para esconderlas, ya que debían quedar ocultas para sus correspondientes maridos o esposas o familiares o la misma corte.

Los hijos no primogénitos de una familia se las tenían que ingeniar para subsistir, y lo hacían acercándose a la corte valiéndose de influencias familiares o de las mismas mujeres a las que prestaban “el servicio de amor”.

Solían enrolarse en el ejército, como mercenarios de quienes mejor les pagasen y los que tenían más suerte se casaban con jóvenes de buenas familias.
Caballeros porque, al estar desheredados de tierras, poseían un caballo y eran los más predestinados a ser amantes de esposas ajenas.

Nobles, caballeros, trovadores que, con su poesía y sus canciones, encandilaban a las damas exaltando y revalorizando a la mujer y que les llevaba  a procurar sus favores.

Es un vasallaje, pero al revés.

El amante es el vasallo y la dama se convierte en “señor”, proclamando sus virtudes y siendo considerada, moralmente, superior al varón, hasta llegar a decir de ella que Dios la creó de mejor material que al varón, como una muestra de su saber y poder.

El amor siempre ha sido, es y será un valor moral, aunque en este caso, en vez de ir dirigido a Dios (como lo hacían, lo hacen y lo harán los curas y las monjas) ahora es dirigido a la dama o al amante.

No hay obligación, ni en ellas ni en ellos, de corresponder y si se hace es porque se quiere y se desea, con la consiguiente recompensa sexual y disfrute de ambos.

Aunque, a veces, suele distinguirse entre “amor puro”, el que une los corazones de los amantes, con toda la fuerza de la pasión, que incluye el beso en la boca, el abrazo y el contacto físico, con la amante desnuda, sobre la hierba o en la cama pero con exclusión del placer último, prohibido a los que quieren “amar puramente”, y “amor mixto”, que incluye todos los placeres de la carne y llega “al último acto de Venus”, aunque hay amenaza de consecuencias no deseadas.


“Me extraña que alguien pueda ser tan casto como para que consiga controlar los deseos carnales. Todo el mundo consideraría milagroso que alguien, situado en medio del fuego, no se quemara”.

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