martes, 19 de mayo de 2015

LA MEDICINA (1)



Dice la R.A.E. que es “la ciencia y el arte de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano”

Primero fue “el arte de curar”, la manera de curar, después, y muy tarde, llegaría “la ciencia de curar”, basada en argumentos, razones, causas,…

Es la ciencia dedicada al estudio de la vida, la salud, las enfermedades y la muerte del ser humano e implica el arte de ejercer tal conocimiento técnico para el mantenimiento y recuperación de la salud, aplicándolo al diagnóstico, tratamiento y prevención de las enfermedades.

Pero (como hemos ya indicado) antes de ser “ciencia” fue “arte”.
Los “curanderos” antecedieron a los “médicos”, el “sacamuelas” fue muy anterior al “odontólogo”

En esa etapa precientífica el estudio del cuerpo humano y sus enfermedades estaban basados en una serie de supersticiones, ya en la etapa precristiana, pero que luego, con el cristianismo siguió bañada en supersticiones, por el peso de la autoridad eclesiástica.

Ya en el Evangelio aparece la pregunta de los apóstoles ante la presencia de un tullido (el que ha perdido el movimiento del cuerpo o de alguno de sus miembros): ¿“Quién pecó, él o sus padres”?. Porque se sostenía que el pecado de los padres podía afectar al pecador o a sus hijos,  o a sus nietos, a sus bisnietos o a sus tataranietos (“hasta la tercera y cuarta generación”)

Las enfermedades tenían su origen o bien en Dios, para castigar un pecado, o bien, y más a menudo, en el diablo.

Las tres terapias en la antigüedad estaban en relación al tipo de enfermedad padecida: Si el origen son los demonios, la terapia es el exorcismo o el milagro; si es producto de poderes arcanos, el remedio es la magia, y si son meros trastornos funcionales para esto está la medicina.

Podía ser curada, pues, por la oración, pidiéndoselo directamente a Dios o, más a menudo, por la intervención de los santos, de la Virgen María, o en contacto con las santas reliquias, o por peregrinación, o por donación de tierras a la Iglesia.
Y cuando la enfermedad era causada por el diablo a través, sobre todo de exorcismos.

Diablo (griego) o Satán (hebreo) “adversario” o Belcebú (cananeo) o Satanás (“el ángel caído”, uno de los ángeles de Yahvé que se hizo malvado) o Lucifer (“el portador de luz”, su nombre real) o Belial o Samael o Luzbel o “El maligno” o Mefistófeles o Leviatán o Anticristo,…. (Y, seguramente, habrá más sinónimos).

“Demonio” proviene de “daimon”, que significa “don” y no tiene, en sí mismo, connotaciones negativas. Es una cualidad que alguien tiene.
Por ejemplo, Sócrates solía decir: “me ha dicho mi daimon, mi demonio”, ese genio o cualidad que llevo dentro, esa intuición, ese don que poseo,

Brujo o Hechicero o Mago o Adivino o Encantador o Nigromante o Agorero o Vidente o Taumaturgo o Curandero o Arúspice o Sibila,… (Y, seguramente, habrá más sinónimos)

La verdad es que, cuando los primeros Padres de la Iglesia hablan del diablo están refiriéndose a los dioses paganos, que habitaban en el Olimpo y que se suponía que eran servidores de Satanás, y que estarían rabiosos de ver cómo crecía y crecía la nueva doctrina cristiana.

“La medicina es inútil –decía San Gregorio Nacianceno- pero la imposición de manos sagradas es, a menudo, más eficaz”.

Había obsesión por las reliquias religiosas (hasta Franco y el brazo de Santa Teresa) tanta que llegó a ser una fuente muy apreciable de ingresos para la Iglesia,  y ello, a pesar de que los adorados huesos de Santa Rosalía, en Palermo, tras un detenido y profundo estudio, se vio que correspondían con los de un chivo.
Pero, a pesar de eso, las curaciones continuaron.

Pero ahora sabemos que ciertas clases de enfermedades pueden ser curadas por la fe, mientras que otras no y demandan un tratamiento basado en la patología.


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