LA FAMILIA.
La familia es una institución
necesaria en la crianza y desarrollo del niño porque es una red necesaria de
símbolos y de relaciones que está vigente pase lo que pase.
Es lo que distingue una
“casa” de un “hogar”.
Cuando la publicidad grita
“nosotros le amueblamos su hogar”, es una gran mentira al confundir e
identificar “casa” y “hogar”.
Puede amueblarse de muchas
maneras una “casa”, un espacio material, pero un “hogar” es una construcción
humana que se construye con el afecto entre sus componentes, con el sacrificio,
con el cuidado,…
No siempre la “casa” es un
“hogar”.
Alguien definió al “hogar” de
manera muy gráfica: “es la única tienda que está abierta durante el día y no
cierra en toda la noche, porque siempre está de guardia”.
Un hijo debe ser un proyecto
común entre un varón y una mujer, mejor que programar “huérfanos” con la
procreación desde fuera, desde un banco de semen o desde una fecundación in
vitro con espermatozoides ajenos.
Aunque muchas veces funcione
bien porque una mujer ha pasado por tan malas experiencias al lado de uno o
varios varones y con la ilusión de querer ser madre…
Aunque ese niño huérfano
nunca debe ser excluido por serlo y debe tener los mismos derechos y deberes
que el niño nacido de manera natural, porque ni es ilegal ni es ilegítimo.
Pero una cosa es que la vida
te obligue a ser huérfano y otra es que sea irrelevante ser huérfano o no.
Dice Goethe que “da más
fuerza sentirse amado que saberse fuerte”, y eso es lo que da la familia, la
“fuerza de saberte amado” que es más grande que la de “sentirte fuerte”.
Aunque es verdad que un niño
puede sentirse arropado y amado por dos mujeres o por dos varones, mejor que
cuando el padre o la madre son unos maltratadores o “abandonadores” de sus
hijos.
Ni los niños vienen de París
ni a los niños los trae la cigüeña.
Si nos hemos rebelado, desde
hace tiempo, por considerar la sexualidad con la única finalidad de la
reproducción, quizá también haya que rebelarse contra eso de que la
reproducción nada tiene que ver con la sexualidad.
Ambas posturas son fanatismos
ideológicos.
¿No es lo más bonito,
humanamente, saberse nacido de un momento de apasionamiento físico de dos
personas diferentes que han proyectado tu venida al mundo?
Poder decir: “me llamasteis y
aquí estoy” y no “aquí estoy a pesar vuestro”.
Y para poder decir lo primero
no hace falta religión alguna ni papa que lo proclame.
Lo más curioso es que los que
más alardean de saber de sexo y de sexualidad son, precisamente, aquellos que
voluntariamente han prometido el voto de castidad, el voto de no practicar ni
la sexualidad ni el sexo.
Que un padre odie las motos
porque su hijo ha muerto en un accidente de moto es normal, pero no prohibir
las motos porque son muchos los que las usan y no se matan.
Pero que un padre odie la
heroína porque su hijo ha muerto con la jeringuilla clavada en el brazo y
quiera prohibirla, es porque sabe que quien se pincha tiene todas o muchas de
las papeletas para morir.
Un padre sensato no
prohibiría las motos pero sí desearía que se prohibiera la heroína porque,
además, sabe que, por causa del lucro de los camellos o de los distribuidores,
la heroína llega contaminada y sin inspección ni control de sanidad.
Lo curioso de la historia es
que, si la droga es cosa, sobre todo, de la juventud, en sus orígenes era cosa
de los viejos, que ya no tenían ni divisaban en el horizonte otras felicidades
y la tomaban como un rito de la vejez.
El gran Platón, en
El hecho de que, hoy, las
drogas circulen masivamente entre los jóvenes (es difícil (no imposible) verlo
en los ancianos) es porque, en Occidente, la droga se ha convertido en un
problema “mercantil” y los jóvenes son el mercado por excelencia, el más
amplio, el más atrevido, el más inconsciente de sus consecuencias, porque
siempre, todos, dicen lo mismo: “yo no estoy enganchado, y el día que quiera
dejarlo, lo dejo y ya está” porque es eso lo que creen, cuando todos los
expertos advierten de lo difícil que es si no se acude a la ayuda externa
adecuada.
A los varones adultos, y a
los jubilados, se los intenta cazar/pescar con productos cosméticos o farmacéuticos
(el viagra, por ejemplo) para que se sientan con vigor y jóvenes, borrando de
su cuerpo el paso de los años o incrementando el vigor sexual perdido por la
edad.
Aunque todos sabemos que
“sentirse joven” no es equivalente a “ser joven”.
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