lunes, 10 de octubre de 2016

12 de OCTUBRE. NO FUE UN GENOCIDIO.


Contra la opinión de muchos, sostengo que el 12 de Octubre sí hay algo que celebrar, y no es, precisamente, un genocidio.

Dice el Diccionario de la RAE que “genocidio” es: “la aniquilación o el exterminio sistemático de un grupo social, motivado por cuestiones de raza, religión, etnia, política o nacionalidad. Se trata de un asesinato de masas que busca la eliminación del grupo y que, incluso, puede incluir medidas para evitar los nacimientos”.
A
lo largo de la historia han existido casos de genocidio que han demostrado la crueldad del ser humano. Uno de los más famosos y de dimensiones más extensas fue el que tuvo lugar en Ruanda en la década de los años 90.
Concretamente en dicho rincón africano lo que se produjo fue el intento de acabar con la población tutsi por parte de quienes se encontraban en ese momento en el poder, los miembros del gobierno hutu.
El genocidio armenio (19151917), con la muerte de un millón y medio de personas, y el Holocausto ejecutado por el nazismo (con cerca de seis millones de muertos) son ejemplos históricos del genocidio.

Y no fue esto lo que se produjo en las tierras americanas descubiertas y conquistadas por los españoles.

Día del Pilar, Día de la Hispanidad, Día de la Raza (ya en desuso), Día del Descubrimiento, Día de la Fiesta Nacional.

Sé que hay gente, mucha o poca (es igual) que no quieren festejar este día por considerarlo el “día del genocidio”.

Y, contra eso, yo sostengo que no es verdad, que no hubo genocidio.

Lo que sí es verdad es que el impacto de Europa en el Nuevo Mundo, recién descubierto y conquistado, fue devastador, comenzando por los españoles.

La población indígena del Caribe, los indios taínos y caribes, que habitaban aquellas islas y archipiélagos, desapareció en menos de 25 años, pero no fue porque “los mataran”, sino porque se “murieron”.

La causa principal de la extinción de muchos pueblos y culturas indígenas fue una “causa biológica”.

Los europeos (empezando por los españoles) llevaban consigo, junto a sus intenciones y objetivos crematísticos, una serie de enfermedades desconocidas en América frente a las cuales los indios se encontraban genéticamente inermes, por carecer de anticuerpos para ellas.

Las epidemias de viruela y sarampión acabaron con el 75% de la población.

El tifus, la gripe, la neumonía, la rubéola,…unidos al hambre y a la explotación laboral hicieron el resto.

Tampoco los españoles resultaron biológicamente inmunes a los agentes patógenos de muchas enfermedades americanas desconocidas en Europa, especialmente la sífilis.

La mortalidad de los primeros colonos fue, también, muy elevada.

A los 5 años, el 30% de la población blanca padecerá la sífilis, que también se extendería rápidamente por Europa, aunque los españoles, para echarle la culpa a otros la llamaran “morbo gálica”, endilgándosela a los franceses.

Sería después, cuando desapareció la población india, cuando los colonos la sustituyeron por esclavos negros importados de África, que eran mucho más resistentes para el trabajo y que ya se venían explotando en Europa.
Los descendientes de esos negros son los que hoy pueblan las islas del Caribe.

¿Que por qué fueron allí los españoles? Naturalmente no por motivos humanitarios, filantrópicos, religiosos,…

La búsqueda de oro, plata, joyas, perfumes y, también, las especias (pimienta, clavo, jengibre, canela, cardamomo, nuez moscada,…que eran sumamente estimadas y que, hasta entonces, habían llegado a Europa a través de la ruta terrestre, la Ruta de la Seda, pero que había quedado estrangulada tanto por la conquista de Constantinopla, por los turcos, como por la islamización de los tártaros.
De aquí la ruina de los mercaderes venecianos y genoveses (incluso catalanes).
Pero como la demanda crecía y la oferta era casi nula fue lo que lanzó al mar, buscando una ruta marítima, primero los portugueses, por la ruta africana (Atlántico e Indico), hacia el Este.
España, con Colón, tomó la ruta contraria, hacia el Oeste, basándose en cálculos equivocados, por los que nunca llegó a Cipango (Japón), ni a Catay (China), ni a la India.
No encontraron palacios de jade, con tejados de oro, ni sedas, ni joyas, ni….como había descrito Marco Polo.
Con lo que se encontraron Colón y su tripulación fue con unos pocos indios, más pobres que las ratas, vestidos con taparrabos y con indias con las tetas al aire y sonriendo bobaliconamente.

Si en el primer viaje (una locura cruzar el “mare tenebrosum”) Colón se las vio y se las deseó para enrolar la tripulación necesaria (al final consiguió 87 hombres, entre los que había 4 condenados a muerte, a los que se les había prometido la libertad) en los siguientes viajes no tuvo problema para reclutar a voluntarios, pues había grandes colas para intentar enrolarse.
Pero no era por “amor a la Patria”, ni por “evangelizarlos” y convertirlos a la verdadera fe, sino porque corrió el rumor de que las mujeres indias eran….deshonestas, libidinosas, (y demás adjetivos).

El rebelde Roldán, que desertó de la primera colonia americana y se echó al monte por su cuenta, para atraer a hombres a su causa, en su “programa electoral publicitario proclamaba que “en vez de azadones manejaréis tetas, en vez de trabajo, cansancio y vigilias, tendréis reposo y placeres en abundancia,…”

“Ganancias” y “placeres”, he ahí los dos grandes objetivos de los que desembarcaron en América.

La población masculina española, muerta de hambre y reprimida por la mojigata moral sexual, por ser, el sexual, el pecado por excelencia para la omnipotente y omnipresente Iglesia, vieron una salida a sus necesidades vitales.

Otro error, muy extendido, es la creencia de que las especias eran para sibaritas, disfrutadotes de sabores y de olores.
La cosa era mucho más burda.

Como se desconocía el café, el té, el limón, el azúcar,.. los sabores de las comidas de los europeos eran tan monótonos, tan insulsos,…que sólo las especias podían crear variedad de comidas, de guisos,…hasta seis o siete platos diferentes a partir de la simplona carne, que era lo que, generalmente, comía la gente bien y para lo que demandaban las especias arriba señaladas.
Y, como no existía refrigeración que retardara la descomposición de la carne, las especias disimulaban sus olores y sabores putrefactos.

Igualmente ocurría con el vino “picado” (avinagrado) que, con una mezcla de canela y clavo, se convertía en potable.

Todo fue, pues, más vulgar: especias, oro y sexo (recordar que, cuando escaseaban el oro y la plata, la pimienta era reconocida como medio de pago de los contratos)

Desde el sexo, a la enfermedad y a la muerte.
No hubo genocidio.

Y creo que sí hay que festejar porque lo que a nosotros nos costó Dios y ayuda y varios siglos superando obstáculos como era la asimilación de la cultura griega (Razón, Filosofía, Ciencia y su hija la Tecnología) y la cultura latina (el Derecho, las Instituciones Políticas, las Leyes como marcos de convivencia) y el idioma (el español) que prendió con su acento particular.

Trasplantarlo allí y fructificar en poco tiempo no es sembrar y que, con el tiempo, prenda y madure.

Los conquistadores españoles no fueron como los colonos anglosajones, arrinconando en reservas a los indios americanos (los pieles rojas y demás tribus de las películas del oeste).

Espíritu mercantilista español no fue la mentalidad racista anglosajona.
Los fanáticos, ignorantes y valerosos españoles de los siglos XV y XVI no fueron los cultos anglosajones del XIX que habían pasado por la Ilustración.

El mestizaje hispano-portugués, con los nativos, no fue como los anglosajones que, sólo ahora, y tras muchos años, se capean con los negros, con los derechos humanos, una vez exterminados o muy mermados los indios.




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