Es ya un lugar común hablar o
recordar lo rácano, lo tacaño, lo agarrado que es o era el abuelo.
¿Se habrá hecho avaricioso
por haber sido o haberse sentido marginado o por pensar que pudiera serlo, al
ver o recordar casos de los viejos cuando él no lo era?.
Suponiendo que lo fuera o que
lo es, ¿sería por la posible inseguridad, por la posible intemperie que le
esperaba si no tuviera esos ahorrillos ni ganas de molestar a los suyos?.
Teme la escasez posible
futura al no poder ya hacerse con las cosas como antes.
Teme la posible soledad
futura por la pobreza real simultánea.
Es su invalidez la que lo
lleva al no despilfarrar nada.
No es que el anciano se
despegue de sus aficiones y costumbres, es que se va despegando de ellas bien
por la merma de sus facultades bien porque los otros temen que le pase algo
malo si continúa con ellas.
Es que el viejo (al revés de
lo que le ocurre al joven y al adulto) teme que lo que pierda ya es
irrecuperable, que recobrar lo perdido lo ve muy difícil, de ahí su interés en
no perderlo para no tener que intentar recuperarlo.
Perder algunos de sus
poderes, perder algo de poder es, para él, como la presencia de un fragmento de
muerte.
No algo pasajero, sino
definitivo.
De ahí la tendencia al
almacenamiento, al atesoramiento, para que el día de mañana no falte.
Desde recoger del suelo una
cuerda o un alambre, una tabla, un palo,…
¿Quién sabe si le servirá
mañana para algo?
Y tener, así, cada vez más,
el cuarto trastero o una pieza de la casa llena de trastos.
Pero sobre todo tener
ahorrado dinero: intermediario para todos, pero sobre todo para él, entre su
posible necesidad y las cosas que la satisfagan.
Vivir pobremente y morir
rico, con mucho dinero en la cartilla, es/era una cosa no rara.
Aquellos tiempos en que ni la
pensión, ni la sanidad, ni….ni….
Desde el seguro de accidentes
al seguro de vida, era capaz de cancelarlos, para así poder tener ahorrado algo
más, porque no es que tema tenerlos, los accidentes, (que también) sino que por
qué le va a ocurrir a él, con lo diligente y cuidadoso que es.
Eso siempre le àsa a los
otros.
El dinero en la cartilla no
es signo de avaricia, es un poder que tiene ahí, a su disposición, para poder
adquirir cosas el día de mañana, por si hiciera falta.
Para el viejo, aunque tenga
cien años, siempre existe el día de mañana, en cuanto se le pase esta pulmonía
que lo mantiene en la cama.
Para el viejo el dinero no es
dinero sino símbolo de dos cosas:
1.- De lo que es propio del
que trabaja y que gana dinero (y él ya lo tiene sin tener que trabajar).
2.- Que sólo así su posible
soledad futura nunca será, definitivamente un elemento perturbador y puede
convertirla o sustituirla por un paraíso.
Ese celo por tener guardado
el dinero no es ni avaricia ni tacañería sino un símbolo de poder que siempre
esconde bajo la manga, es una arma defensiva que siempre tiene a mano, quizá
sea la respuesta a una avaricia con que se le trata.
El sueldo para vivir no es
igual que la pensión para estar y mantenerse en la vida.
Y como poco a poco se le va
apartando, si no arrinconando; se le escucha poco y mal (las manías pesadas del
abuelo), se le soporta con impaciencia (o no se le aguanta), o se le juzga con
menosprecio (se le desprecia o se le devalúa su auténtico valor), se coexiste
con él más que convivencia con él (no cuenta su opinión en las cuestiones
importantes, porque se ha quedado ya anticuado), porque se tiene con él demasiado
poca ternura o se le insinúa un rechazo.
Por todo eso, y más, su temor
al futuro (el viejo siempre ve por delante un futuro) si no cuenta con medios
para mantener la propia independencia y su alejamiento si puede costeárselo.
De ahí el temor también de
cuantos le rodean, por la forma en que lo rodean.
De ahí ese gesto de
autodefensa que supone para él el tener a buen recaudo “su” dinero, por si
acaso.
El viejo, en una institución,
voluntariamente elegida, donde se considere o se sienta protegido, será
charlatán, será sociable, no será malgastador, pero tampoco rácano.
Dosificará sus gastos pero no
se privará de lo conveniente en cuanto considere que están garantizadas las
necesidades vitales, tanto físicas (será adecuadamente atendido) como psicológicas
(será escuchado y comprendido dedicándole tiempo a la conversación relajada y sin prisas).
El abuelo, en estas
condiciones, es un encanto de viejo.
Es la mezquindad de la
sociedad la que lo ha hecho ser mezquino.
Pero es una respuesta defensiva
a una respuesta agresiva.
Porque es difícil ser
mezquino en una sociedad no mezquina, en una sociedad caritativa.
La sociedad no cae en la
cuenta de que amar a los viejos es una forma de ir labrándose su propia
personalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario