martes, 16 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (19) ¿TACAÑO?, ¿RÁCANO? ¿AVARO?

Es ya un lugar común hablar o recordar lo rácano, lo tacaño, lo agarrado que es o era el abuelo.

¿Se habrá hecho avaricioso por haber sido o haberse sentido marginado o por pensar que pudiera serlo, al ver o recordar casos de los viejos cuando él no lo era?.

Suponiendo que lo fuera o que lo es, ¿sería por la posible inseguridad, por la posible intemperie que le esperaba si no tuviera esos ahorrillos ni ganas de molestar a los suyos?.

Teme la escasez posible futura al no poder ya hacerse con las cosas como antes.
Teme la posible soledad futura por la pobreza real simultánea.
Es su invalidez la que lo lleva al no despilfarrar nada.

No es que el anciano se despegue de sus aficiones y costumbres, es que se va despegando de ellas bien por la merma de sus facultades bien porque los otros temen que le pase algo malo si continúa con ellas.

Es que el viejo (al revés de lo que le ocurre al joven y al adulto) teme que lo que pierda ya es irrecuperable, que recobrar lo perdido lo ve muy difícil, de ahí su interés en no perderlo para no tener que intentar recuperarlo.

Perder algunos de sus poderes, perder algo de poder es, para él, como la presencia de un fragmento de muerte.
No algo pasajero, sino definitivo.
De ahí la tendencia al almacenamiento, al atesoramiento, para que el día de mañana no falte.
Desde recoger del suelo una cuerda o un alambre, una tabla, un palo,…
¿Quién sabe si le servirá mañana para algo?
Y tener, así, cada vez más, el cuarto trastero o una pieza de la casa llena de trastos.
Pero sobre todo tener ahorrado dinero: intermediario para todos, pero sobre todo para él, entre su posible necesidad y las cosas que la satisfagan.

Vivir pobremente y morir rico, con mucho dinero en la cartilla, es/era una cosa no rara.
Aquellos tiempos en que ni la pensión, ni la sanidad, ni….ni….

Desde el seguro de accidentes al seguro de vida, era capaz de cancelarlos, para así poder tener ahorrado algo más, porque no es que tema tenerlos, los accidentes, (que también) sino que por qué le va a ocurrir a él, con lo diligente y cuidadoso que es.
Eso siempre le àsa a los otros.

El dinero en la cartilla no es signo de avaricia, es un poder que tiene ahí, a su disposición, para poder adquirir cosas el día de mañana, por si hiciera falta.

Para el viejo, aunque tenga cien años, siempre existe el día de mañana, en cuanto se le pase esta pulmonía que lo mantiene en la cama.

Para el viejo el dinero no es dinero sino símbolo de dos cosas:

1.- De lo que es propio del que trabaja y que gana dinero (y él ya lo tiene sin tener que trabajar).
2.- Que sólo así su posible soledad futura nunca será, definitivamente un elemento perturbador y puede convertirla o sustituirla por un paraíso.

Ese celo por tener guardado el dinero no es ni avaricia ni tacañería sino un símbolo de poder que siempre esconde bajo la manga, es una arma defensiva que siempre tiene a mano, quizá sea la respuesta a una avaricia con que se le trata.

El sueldo para vivir no es igual que la pensión para estar y mantenerse en la vida.

Y como poco a poco se le va apartando, si no arrinconando; se le escucha poco y mal (las manías pesadas del abuelo), se le soporta con impaciencia (o no se le aguanta), o se le juzga con menosprecio (se le desprecia o se le devalúa su auténtico valor), se coexiste con él más que convivencia con él (no cuenta su opinión en las cuestiones importantes, porque se ha quedado ya anticuado), porque se tiene con él demasiado poca ternura  o se le insinúa un rechazo.
Por todo eso, y más, su temor al futuro (el viejo siempre ve por delante un futuro) si no cuenta con medios para mantener la propia independencia y su alejamiento si puede costeárselo.
De ahí el temor también de cuantos le rodean, por la forma en que lo rodean.
De ahí ese gesto de autodefensa que supone para él el tener a buen recaudo “su” dinero, por si acaso.

El viejo, en una institución, voluntariamente elegida, donde se considere o se sienta protegido, será charlatán, será sociable, no será malgastador, pero tampoco rácano.
Dosificará sus gastos pero no se privará de lo conveniente en cuanto considere que están garantizadas las necesidades vitales, tanto físicas (será adecuadamente atendido) como psicológicas (será escuchado y comprendido dedicándole tiempo  a la conversación relajada y sin prisas).

El abuelo, en estas condiciones, es un encanto de viejo.

Es la mezquindad de la sociedad la que lo ha hecho ser mezquino.
Pero es una respuesta defensiva a una respuesta agresiva.
Porque es difícil ser mezquino en una sociedad no mezquina, en una sociedad caritativa.


La sociedad no cae en la cuenta de que amar a los viejos es una forma de ir labrándose su propia personalidad.

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