lunes, 1 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (14) EL VIEJO Y SUS RECUERDOS


Se nos tacha a los viejos de tímidos, de reaccionarios, de poco valientes, de demasiado precavidos, de miedosos.
Y es verdad que el viejo se retiene ante lo nuevo, no se lanza de cabeza. Le cuesta abrirse a lo desconocido. Sobre todo a los desconocidos.

Al viejo se le acusa de alejamiento, incluso rechazo ante personas desconocidas. Que le cuesta mucho hacer AMISTADES nuevas. Y eso se califica de postura empobrecedora. Yo lo llamaría cautela o precaución. No es que no quiera ganar, es que a lo que no está dispuesto es a poder perder.

Por su parte tampoco la sociedad está muy por la labor de integrarlo en el sistema. De entretenerlo, de tenerlo ocupado sí, pero de desarrollar una función social, con responsabilidad, no.

Tanto para el adolescente como para el joven el viejo no representa utilidad social alguna, es una mera y simple exterioridad, que está ahí, una carga gravosa, una presencia molesta y, además,  estropeando el paisaje con su ruina física creciente y manifiesta.

El viejo es la cara del pasado, mientras que ellos, los jóvenes, representan el futuro.

Lo que “ya no es” no puede ni compararse con lo que “todavía no es”, pero que será, que llegará y allí estarán ellos, los jóvenes, para recogerlo.

El espejo real de la memoria no puede compararse con el espejo imaginario del porvenir.

Si el viejo puede ser admirado por una vida intachable de integridad moral, al pragmatismo de la sociedad actual esa cara no le interesa.
El viejo, como ya hemos dicho en otro lugar, ya no es útil materialmente.

La utilidad social y moral del viejo, al empresario economicista no le interesa mucho, más bien le molesta, además de ser un consumidor de presupuesto municipal y nacional  pero no productor ni productivo de riqueza inmediata. Sus posibles beneficios humanos y éticos no cotizan en bolsa.

Quizá por eso, por ser el viejo sobre todo memoria, haga fácilmente amistades con otros iguales a él.
Memoria llama y ama a memoria.
Simpatizan más dos viejos desconocidos de parecida edad que un viejo con un joven siendo coetáneos.
¿Cómo compartir, con éstos, emociones, vivencias, recuerdos, ilusiones, talantes, aventuras, peripecias…?

El viejo no se reconoce en la juventud.
La juventud no quiere verse, ni siquiera mirarse, en el espejo del viejo.
Teme y no quiere mirarse en él no siendo que se vea cómo puede llegar a ser, como un anticipo de lo que será.

La mejor manera de no ver es no mirar.

El desencuentro está servido.

La amistad entre los viejos es una amistad alegre, no interesada, porque se comparten vivencias pasadas parecidas.
Para los viejos ya no hay enemigos antiguos, incluso los entonces competidores se convierten en compañeros.
El quizá enemigo de ayer es un amigo del hoy porque la pugna ya está, sólo, en el ring de los recuerdos, no en la palestra de la vida.
La posible herida de ayer ya ha cicatrizado y se conserva sólo su recuerdo.

Una herida recordada molesta pero no sangra.

Lo que al viejo si le molesta, y mucho, es esa amistad que quiere meter mano en su memoria y remover los posos que él ya tenía asentados.
Esa agitación de los fondos le supondría incomodidad. Teme a los desconocidos y sólo cuando los conoce seguirá o lo dejará.

Si alguien quiere gozar de la amistad de un viejo no tiene más que escucharle, escucharle intensamente, mirarle a los ojos, mostrar interés por sus historias, preguntarle con educación, con ánimo de querer saber; y será un libro abierto, porque él está deseando expresarse.

Te contará toda su vida mientras le bailan los ojos y con la sonrisa en los labios.
Su mundo era excepcional y él era el héroe.

Ningún viejo tiene seco el pozo de sus recuerdos.
Pero no intentes meterte en su pozo y poner un grifo para que el agua salga a tu voluntad, a tu antojo. Pero sí puedes pedirle todo el agua que quieras, que él te la va a servir pero, eso sí, filtrada.

De la verdad, su verdad, por aquello de que la verdad es perspectiva y su perspectiva vital poco tiene que ver con tu perspectiva imaginada.


Acércate a su pozo, pero a pedir agua, no a tirar piedras, herirías su persona.

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