Se nos tacha a los viejos de
tímidos, de reaccionarios, de poco valientes, de demasiado precavidos, de
miedosos.
Y es verdad que el viejo se
retiene ante lo nuevo, no se lanza de cabeza. Le cuesta abrirse a lo
desconocido. Sobre todo a los desconocidos.
Al viejo se le acusa de
alejamiento, incluso rechazo ante personas desconocidas. Que le cuesta mucho
hacer AMISTADES nuevas. Y eso se califica de postura empobrecedora. Yo lo
llamaría cautela o precaución. No es que no quiera ganar, es que a lo que no
está dispuesto es a poder perder.
Por su parte tampoco la
sociedad está muy por la labor de integrarlo en el sistema. De entretenerlo, de
tenerlo ocupado sí, pero de desarrollar una función social, con responsabilidad,
no.
Tanto para el adolescente
como para el joven el viejo no representa utilidad social alguna, es una mera y
simple exterioridad, que está ahí, una carga gravosa, una presencia molesta y,
además, estropeando el paisaje con su
ruina física creciente y manifiesta.
El viejo es la cara del
pasado, mientras que ellos, los jóvenes, representan el futuro.
Lo que “ya no es” no puede ni
compararse con lo que “todavía no es”, pero que será, que llegará y allí
estarán ellos, los jóvenes, para recogerlo.
El espejo real de la memoria
no puede compararse con el espejo imaginario del porvenir.
Si el viejo puede ser
admirado por una vida intachable de integridad moral, al pragmatismo de la sociedad
actual esa cara no le interesa.
El viejo, como ya hemos dicho
en otro lugar, ya no es útil materialmente.
La utilidad social y moral del
viejo, al empresario economicista no le interesa mucho, más bien le molesta,
además de ser un consumidor de presupuesto municipal y nacional pero no productor ni productivo de riqueza
inmediata. Sus posibles beneficios humanos y éticos no cotizan en bolsa.
Quizá por eso, por ser el
viejo sobre todo memoria, haga fácilmente amistades con otros iguales a él.
Memoria llama y ama a
memoria.
Simpatizan más dos viejos
desconocidos de parecida edad que un viejo con un joven siendo coetáneos.
¿Cómo compartir, con éstos,
emociones, vivencias, recuerdos, ilusiones, talantes, aventuras, peripecias…?
El viejo no se reconoce en la
juventud.
La juventud no quiere verse,
ni siquiera mirarse, en el espejo del viejo.
Teme y no quiere mirarse en
él no siendo que se vea cómo puede llegar a ser, como un anticipo de lo que
será.
La mejor manera de no ver es
no mirar.
El desencuentro está servido.
La amistad entre los viejos
es una amistad alegre, no interesada, porque se comparten vivencias pasadas
parecidas.
Para los viejos ya no hay
enemigos antiguos, incluso los entonces competidores se convierten en
compañeros.
El quizá enemigo de ayer es
un amigo del hoy porque la pugna ya está, sólo, en el ring de los recuerdos, no
en la palestra de la vida.
La posible herida de ayer ya
ha cicatrizado y se conserva sólo su recuerdo.
Una herida recordada molesta
pero no sangra.
Lo que al viejo si le
molesta, y mucho, es esa amistad que quiere meter mano en su memoria y remover
los posos que él ya tenía asentados.
Esa agitación de los fondos
le supondría incomodidad. Teme a los desconocidos y sólo cuando los conoce
seguirá o lo dejará.
Si alguien quiere gozar de la
amistad de un viejo no tiene más que escucharle, escucharle intensamente,
mirarle a los ojos, mostrar interés por sus historias, preguntarle con
educación, con ánimo de querer saber; y será un libro abierto, porque él está
deseando expresarse.
Te contará toda su vida
mientras le bailan los ojos y con la sonrisa en los labios.
Su mundo era excepcional y él
era el héroe.
Ningún viejo tiene seco el
pozo de sus recuerdos.
Pero no intentes meterte en
su pozo y poner un grifo para que el agua salga a tu voluntad, a tu antojo. Pero
sí puedes pedirle todo el agua que quieras, que él te la va a servir pero, eso
sí, filtrada.
De la verdad, su verdad, por
aquello de que la verdad es perspectiva y su perspectiva vital poco tiene que
ver con tu perspectiva imaginada.
Acércate a su pozo, pero a
pedir agua, no a tirar piedras, herirías su persona.
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