miércoles, 11 de julio de 2012

REFLEXIONES CON ORTEGA

ENAMORARSE.

“Desear”, “enamorarse”, “amar”, “querer”. Parece que todo es igual, pero es distinto.
Cuando oigo a alguien decir: “estoy locamente enamorado/a” suelo echar a correr o, al menos, distanciarme, porque es peligroso/a.

El enamoramiento no es otra cosa que “un estado anormal de atención a aquello de lo que se dice estar enamorado/a”. No hay distancia atencional entre el sujeto y el objeto. Éste ocupa, llena totalmente, todo el espacio y no hay sitio para otras cosas, personas u objetos.
El enamoramiento es una parálisis, un bloqueo de la atención. Da igual lo que le digas o hagas, él seguirá a lo suyo, atado al objeto. Vive en otro mundo, en su mundo.

El enamoramiento, pues, no hace al enamorado más rico, sino al contrario, lo empobrece, porque al tener ocupado todo el espacio atencional, todo lo que pudiera o quisiera entrar rebota, se pierde, es eliminado.

El objeto amado desaloja de la conciencia a toda otra persona u objeto. Es tal la intensidad de la atención que conlleva, en un mismo kit, la despreocupación de todo lo demás.
En este sentido, quizá, sólo al místico, enamorado de Dios (que es “omni-todo”) no puede faltarle nada. Sólo él puede decir: “sólo Dios basta”.

“Imbecilidad transitoria” – lo llama Ortega pues equivale, transitoriamente, a la pérdida de todo un mundo, por aislarse y encadenarse, para no dejarla escapar, a “una cosa/persona” del mundo.
Es renunciar al todo, en el que siempre habrá más riqueza posible, por esa parte, aunque sea rica (que puede ser que lo sea o no, aunque así lo vea el enamorado).

Si toda persona, durante su vida, viene, por naturaleza, pertrechado de una “porosidad” a través de la cual entran y salen ella y el mundo que le rodea, el enamorado ha taponado, por dentro, los poros.

“El alma del enamorado huele a cuarto cerrado de enfermo” – otra vez Ortega.
El ambiente vital que respira el enamorado no se renueva, es asfixiante, “está sorbiéndole los sesos”.

Lo opuesto al “en-amoramiento” es el “en-odiamiento”, donde el odiador no para de entrar y salir hiriendo a todo lo que se menea.

¿Por qué todas las jerarquías eclesiásticas, de cualquier religión, ven con malos ojos y persiguen a sus místicos?.
Respuesta fácil. Porque ellos, los místicos, no respetan la intermediación exclusiva entre Dios y los hombres. No quieren pagar tasas ni respetar aduanas. Tratan directamente con Dios. Amante y amado autoencadenados, sin tener que pagar servicios prestados.

¿Y si el Dios de los místicos fuera sólo un dios (con minúsculas), un ídolo?. Sería un idólatra. Y podría hacer mucho mal a quienes, consciente o inconscientemente, idolatrasen al idólatra y lo siguieran. Todos se perderían.

¿Que quién garantiza eso?. Eso mismo me pregunto yo. La tendencia a no dejar el cayado, de seguir siendo pastores, lleva implícita la consideración de los demás como ovejas o personas inmaduras que necesitan ser y estar “tutoriadas” siempre. El imaginario lobo del demonio de pensar por sí mismo siempre será visto como el peligro de soberbia y de condenación.

¿Es el místico, en unión directa enamorada con Dios, más rico que el teólogo que sólo indirectamente, a través de la razón, se acerca a Él, considerándolo siempre como inalcanzable, por rebosamiento de su perfección en las categorías cognoscitivas humanas?.
¿El éxtasis o la razón?. ¿Cuál enriquece/empobrece más?, ¿el amor a/de Dios o el saber de Dios?.

Porque la experiencia privada empieza y acaba en uno mismo.

Mientras el místico es como la esponja, que sólo absorbe divinidad, el teólogo es como el frontón en el que chocan y se confrontan las razones de los otros.
Mientras el primero se encuentra saturado de Dios, el segundo siempre está ávido de otras razones a confrontar con las suyas para optar por las de más peso argumentativo.

¿Es el misticismo una “hipnosis” y el místico un “hipnotizado”?.

Una buena pregunta.

¡Que respondan los psicólogos o los psiquiatras o cualquiera de la tribu Psi.

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