sábado, 28 de julio de 2012

EL BESO Y LA CARICIA.


No concibo el surgir del amor sin la mirada. Ella es la que da la primera noticia de la presencia de la amanda, la que te acerca y acerca a la persona amada.
Pero, una vez colocados los cuerpos a la distancia justa, al alcance de las manos, los ojos deberían estar tapados con una venda, porque creo que los órganos amatorios, los que mantienen e incrementan el amor, son los labios y las yemas de los dedos.
En ellos es donde más concentrada se encuentra el alma.
Son el beso y la caricia los alimentos del erotismo, la savia amorosa.
Esa inmediatez húmeda labio-labio y ese suave paseo táctil con la yema de los dedos por el atlas cutáneo de todo el cuerpo, sin cotos prohibidos, permitidos y/o deseados, recorriendo todos los rincones de la geografía de la mujer.

En los labios y en las yemas de los dedos es donde más concentrada está el alma erótica de las personas.

Un hombre torpe en el beso y en la caricia no puede ser buen amante.
El amor no surge o, si surge, se estropea y desaparece, por no tocar o por tocar demasiado o por no saber tocar o por tocar a destiempo. E igualmente con el beso.

Ese suave paseo con los dedos y los labios, hollando el cuerpo del otro, para detectar las zonas erógenas y, una vez descubiertas, dejar allí, bailando, las yemas de los dedos o los labios lubricados, poniendo en marcha el manantial del placer…
Ese paseo táctil, calmado, ese tecleo cutáneo, tocando de memoria, debe despertar la superlativa melodía, ser como un bolero, enredándose y fundiéndose dos intimidades emocionales, y bailando sobre ellas, con el tiempo parado.

El amor es un concentrado de besos y caricias.

Quizá esa sea la única manera de entender la vida, no razonándola, sino viviéndola, a dosis intensas, en momentos eternos.

El animal es reproductivo, no erótico. A la hembra, en celo, cualquier macho a mano le vale para dejarse montar y quedar preñada.
El hombre, por el contrario, es más erótico que reproductivo (aunque también).

El animal, propagando la especie, cumple su función natural. El hombre no.
Sexualidad es mucho más que genitalidad y la paternidad se ha convertido en una opción, no en una necesidad.
El hombre, realmente, ha empezado a disfrutar de la sexualidad cuando ha sido capaz de separarla de la reproducción.

Mientras la hembra animal es sólo genital y paridora, la hembra humana, la mujer, sin período de celo, es, sobre todo, sexual y erótica, placentera, lo que le permite desear y tener relaciones sexuales, sin finalidad reproductiva, en todo tiempo y lugar, sólo por placer, dejando la función paridora a la razón.

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