lunes, 12 de julio de 2010

“Montes” de “Piedad”.

Comencé yo a trabajar, en la enseñanza, en Córdoba.
Cuando me obligaron a domiciliar mi primera nómina de “Contratado” en un Instituto Nacional de Bachillerato acudieron a la Sala de Profesores unos señores bien trajeados con la intención de hacernos sus clientes.
Además de los Bancos tradicionales (Central, Banesto, Santander, Vizcaya, Bilbao,…) acudieron el del Monte de Piedad y el de la Caja Provincial de Córdoba.
El Monte de Piedad dependía del Obispado, y en el Instituto estaba de profesor un canónigo al que gran parte de Uds. acaban, tristemente, de conocer (“el cura Castillejo”), el que ha llevado a la insolvencia a una entidad de ahorros muy extendida por toda la provincia y, después, por Andalucía, y que destinaba una parte considerable de sus ahorros a fines culturales y benéficos.
La Caja Provincial, dependía de la Diputación. Había construido dos urbanizaciones (Santuario y Fuensanta), junto al Santuario de la Fuensanta, una de cuyas viviendas adquirí, en la Avdª de la Fuensanta.
La Caja Provincial había construido un Club, en medio de las urbanizaciones, llamado Club Santuario, que ofertaba dos tipos de actividades: las deportivas (dirigidas por mi amigo Severiano, un profesor de educación física) y las culturales (cine, biblioteca, conferencias, ciclos de música tradicional, clases de apoyo,…) que las llevaba yo.

Pero el Monte de Piedad, el pez grande, engulló a la Caja Provincial, y de esta digestión salió el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Córdoba.
Esta nueva entidad cordobesa se reunió en los últimos años con malas compañías (llámense joyeros (dinero negro) metidos a promotores de urbanizaciones, sobre todo, en la Costa del Sol, y ha terminado, como todos sabemos.

Los Montes de Piedad, en su origen, italiano, eran entidades o establecimientos benéficos, donde los pobres podían obtener sumas en metálico, empeñando sus pertenencias, para así poder satisfacer sus necesidades primarias.
Ese crédito pignoraticio o préstamo prendario (“pignus” = prenda) era el préstamo que se concedía contra una garantía, una prenda o cosa (alhajas, joyas, libros… “y los libros? y los libros empeñados en el Monte de Piedad” (recuerdo las tunas universitarias, con sus distintivos y su competitividad, durante los fines de semana, el Plaza Mayor de mi Salamanca, y de ronda por las calles y en las fachadas de los Colegios Mayores Femeninos, con las letras picantes, con gentes asomadas a las ventanas, y con la botella de anís o de coñac, descendiendo, atadas a una cuerda). Parece que fue ayer, pero ¡anda que….¡

Ese “crédito prendario” (su nombre técnico) era el simple “empeño” castellano, que podía ser “desempeñado” cuando se devolviera el crédito y se recobraba la prenda. De lo contrario, transcurrido el tiempo estipulado, la prenda podía ser vendida o subastada, y así la entidad crediticia se satisfacía el pago del préstamo.

Ya en el siglo XII, en Europa, existían Montes, laicos, en las ciudades, sobre todo para afrontar las obras públicas.
Pero los Montes de Piedad nacieron en Italia, en el siglo XV, creados por los franciscanos, con fines caritativos y benéficos, de inspiración ético-religiosa. Concedían préstamos sin interés, para combatir la usura, ya que los intereses de las otras instituciones iban desde el 30% al 200%, lo que los convertía en inaccesibles a campesinos, artesanos, pequeños comerciantes,…
Sus fondos provenían bien de limosnas, de testamentos de gente piadosa, de donaciones, de las celebraciones religiosas, incluso de ayudas de la corona.
(Todavía existen, en mi pueblo, las “tierras del Seminario” y el “Monte los curas”)

La Iglesia/el Vaticano era el gran Banco Central de Crédito que gestionaba no sólo el dinero (aunque también) sino, sobre todo la salvación eterna y la gracia divina.
Pero todo Banco que, además, se precie de Grande debe tener sucursales esparcidas por toda la geografía tanto para captar clientes como para canalizar préstamos.
Igual que, hoy mismo, los bancos y sus sucursales ofertan regalos, tales como vacaciones, viajes o entradas de fútbol, también las sucursales religiosas eran frecuentadas por personas que, más que buscar dinero, buscaban consuelo, curaciones, milagros,…
En este Gran Banco, Cristo y los santos (los máximos o únicos accionistas) habrían depositado un inmenso capital de salvación que los sacerdotes utilizaban para hacer inversiones y conceder créditos, sobre todo de salvación.
Confesabas tus pecados y tras cumplir la penitencia (que podía ser una donación, un servicio, una peregrinación, un donativo…) se obtenía un crédito de salvación por el que uno podía borrar las penas que iban inherentes a sus pecados.
La culpa se te perdona por confesarte, la pena se te borra si cumples la penitencia.
Había quienes, en vez de dar, se daban a sí mismos, se entregaban en cuerpo y alma a ese Gran Banco Central y suponía un capital humano disponible de considerable valor.
Estos sacerdotes o administradores y gestores divinos debían superar unas pruebas (selección de personal) y jurar los tres votos: pobreza, castidad y obediencia (que cuando uno repasa la historia de la iglesia le da auténtico bochorno, ver sus riquezas, sus queridas o esposas e hijos, y cómo hacían su santísima voluntad en su feudo).
Si alguien deseaba un crédito de salvación debía abonar una cantidad determinada. Por ejemplo, una misa de difuntos valía tanto y un entierro o un bautizo valía cuanto (todo según tarifa), o pedir que en la misa intercediera por la salud del padre o del hijo valía…
(Toda esta tarifa sigue vigente, pero camuflada bajo el ropaje de “voluntaria” y “orientativa”. ¿Cuánto vale una misa de boda o un bautizo?).

Pero había sucursales que disponían de una mayor capacidad financiera, porque contaba con más bienes de salvación, al disponer, por ejemplo, de los huesos de un santo mártir famoso.
Las reliquias actuaban como reclamo y revalorizaba el capital invertido, porque, además de perdonarte los pecados, te vendían milagros tales como la curación de enfermedades desahuciadas por los galenos.
Estas sucursales eran los famosos centros de peregrinaje de mucha gente en busca de consuelo y que aportaba grandes beneficios a la Iglesia.

Roma, con la tumba de San Pedro, el primer papa nombrado expresamente por Jesús, era el principal centro de peregrinación.
Igualmente Santiago de Compostela, con los restos de Santiago apóstol, uno de los más queridos de Jesús.
Colonia, por ejemplo, vendía y presumía de tener los restos de los Reyes Magos.
Canterbury, con los restos de Santo Tomás.
El famoso “lignus crucis” (un trozo de la cruz en que fue clavado Jesús), que se encuentra en tantos sitios que, se dice que, si se juntaran todos ellos saldrían no sé cuántas cruces.

Esta costumbre de peregrinar hacía surgir una actividad industrial variada a su alrededor.

Ahora mismo, que estamos en año jubilar jacobeo, ¿cuánto dinero se genera y se mueve a su alrededor?.
Los propios reyes buscaban y compraban reliquias, cada cual más milagrosa o milagrera, no tanto por motivos religiosos como económicos.

El rechazo protestante (por ser esa su mentalidad o por oponerse al Vaticano o por ambas cosas a la vez) a estos planteamientos piadosos de los Montes de Piedad daría lugar a que, dentro de ellos, se crearan las Cajas de Ahorros.

Todos estos circunloquios vienen a cuento porque, hace unos días, un antiguo alumno me manda un e-mail con la canción de “Triste y sola. Sola se queda “Fonseca”. Triste y llorosa, queda la “Universidad”. Y los libros? los “libros” “empeñados” en el “Monte de Piedad”.

1 comentario:

  1. ¿De qué daba clase el tal Castillejo? ¿O simplemente se dedicaba a auditar las economías de los fammiliares de los alumnos?
    Porque de los votos jurados "o prometidos" por el individuo, esos de pobreza, obediencia y castidad, no se tiene constancia. No sé del último de ellos, pero de los otros "nanay del Paraguay". Que se lo digan a Cajasur...
    Tomás, no sé cómo coño no se te ha pegado nada...

    ResponderEliminar