Seamos sensatos y pensemos
con el cerebro.
No ha sido Dios quien ha
creado a los hombres a su imagen y semejanza, sino que han sido los hombres
quienes han creado a sus dioses según sus necesidades, sus deseos o sus temores
para poder “ser felices” o, mejor, para ser “menos infelices y librarse de los
miedos”
Los primeros hombres eran,
todos, unos seres asustadizos ante los fenómenos de la naturaleza, que tenían
que soportarla sin saber cómo ni por qué ocurría así; asustadizos ante una
enfermedad, ante la fecundidad… cuyos fenómenos ocurrían pero no sabían por qué
ocurrían.
Los hombres se sentían
impotentes tanto ante una sequía como ante una avalancha de agua, por eso
crearon al “dios de la lluvia”, para pedirle que lloviera cundo no llovía o
para que dejara de llover cuando llovía demasiado, y él nada podía hacer.
Imaginaos que se lo pide a
ese dios y funciona, llueve o deja de llover, según su petición.
Automáticamente asociará,
psicológicamente, ambos fenómenos, “rezar” y “ocurrir” así que…y si, de
inmediato, no ocurre seguirá insistiendo hasta que ocurra (porque, antes o
después, ocurrirá: “siempre que ha llovido, ha descampado”), por lo que la
asociación causal de fenómenos seguirá, cada vez más asociada.
El agua, pero también la
salud y la enfermedad, el hambre y la sed, los hijos, la muerte, el rayo, el
trueno y la tormenta, la guerra,…
Los hombres irán creando sus
respectivos dioses.
Son dioses al servicio de los
hombres, y si elevan oraciones, hacen sacrificios, promesas,… no es para una
vida superior, en el más allá de la muerte, sino para estar mejor, más felices,
aquí en la tierra.
No sólo quieren vivir,
quieren vivir bien y muchas veces poder hacerlo no está en sus manos.
Dan el salto a la creación de
dioses y a la creencia en ellos ante el misterio que los rodea y no comprenden.
Pero los primeros dioses
fueron “diosas”, comenzando por Gea, la diosa tierra. Después las diosas de la
fecundidad, de los campos, de la naturaleza,…
PERO, ya los griegos
comenzaron a transformar las “diosas”, femeninas, en “dioses” masculinos,
comenzando por los dioses de la guerra.
Y en una sociedad
androcéntrica todo se vuele androcéntrico y varonil, hasta las diosas.
El monoteísmo acabó de
rematar el proceso.
Nada de “dioses”, un “solo Dios”
Omnipotente, Infinito, Eterno, Omnisciente, Omni…Todo.
Sin embargo quedaron
vestigios de las diosas y a María, la madre de Jesús, se la venerará como una
diosa, a la que dirigirse directamente, sin pasar por Dios alguno.
Aquellos dioses primeros, al contrario
de los Dioses del Monoteísmo, nunca crearían infiernos para castigar a los
malos ni cielos para premiar a los buenos, tras la muerte.
Aquellos primeros dioses eran
terrestres, beneficiosos y no jueces.
Hoy, cuando tanto se habla de
religiones, habría que recordar que “la religiosidad es demasiado importante
para que pueda caber en una religión”, y, menos aún, en una Iglesia.
Además, ¿por qué vamos a
necesitar mediadores externos para conversar con el dios interior de cada uno?
Y eso ya lo había dicho Jesús
de Nazaret a la samaritana: “llegará la hora en que los adoradores verdaderos
adorarán al Padre en espíritu y en verdad”, es decir, no hay que tratarlo con
alguien ajeno a uno mismo, ni tener que ir a ningún templo a pedírselo. Lo hará
desde su interior, éste es el nuevo templo de cada uno.
El proceso ha sido: primero
se dialogaba directamente con los dioses, después a través de mediadores, como
los magos, hechiceros,…hasta que llegaron las Iglesias, totalmente
jerarquizadas, con personas consagradas, especializadas en el asunto y que,
para calmar la culpa de los creyentes se metían en un confesionario y como
malos terapeutas, produjeron más problemas psicológicos de los que se pretendía
resolver.
Las religiones son como las
monedas, con sus dos caras, una puede llevarte a la psicosis y destrozarte en
vida, la otra puede elevarte hasta el goce místico.
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